miércoles, 26 de septiembre de 2012

El Viejo Tonto que Quiso Remover la Montaña


Recuerdo aquel día como si fuera ayer.
El día había sido anodino, la tarde perezosa. En el horizonte, los últimos rayos de sol se desgranaban sobre las rocas. 
Yo estaba cansado después de haberme pasado el día jugando con mi primo. Quería mucho a ese muchacho; era mi compañero de juegos favoritos, aunque me ganase siempre. El era mucho mas alto y fuerte, mucho mas alto que un niño de su edad (tenia la misma edad que yo). El y yo estamos encima de la cuesta, mirando caer el sol sobre el rio. Nos acompañaban nuestros perros y nuestros arcos, y unas cuentas flechas con las que habíamos estados tirando un poco.
Mi madre, mas abajo, nos acaba de llamar para cenar.
Algo se movió entonces entre los matojos de la rivera del rio. Algo se sacudió entre las ramas; y oímos ruidos confusos. Lo siguiente que vimos fue una bandada de cuervos volar. Mi madre era muy superticiosa, siempre decía que eso era un mal presagio. Yo me quede mirando, pues algo debía de haber asustado a las aves, y quería saber que era. Recogí mi arco  por si era una fiera y me plaste al terreno Mi primo me imito.
Apenas los cuervos habían emprendido el vuelo, los vi. Era una docena de jinetes, todos con ropas pardas. Tenían aspecto fiero, iban bien armados y llevaban pinturas de guerra. Iban cabalgando a buen paso, como si no supieran que estábamos allí, o como si todo eso les perteneciera. No me gustaban, y como nada podíamos hacer mi primo y yo con un par de arcos de tejo contra aquellos hombres, volvimos a la carrera al campamento.
- ¿Que pasa? - preguntaron todos al ver volver tan rápidos y con el espanto en los ojos.
- No lo se, madre. Un grupo de jinetes vienen hacia aquí. Están armados y llevan pinturas de guerra. -le conteste apenas el aliento me lo permitió.
- ¿Jinetes? Serán, seguramente compañeros de tu padre. Quizás nos traigan noticias de él. !Que todo el mundo se prepare a recibirles!- comentó a decir mi madre, pero vi que no era sincera, y que algo turbaba su espíritu, y yo me asuste más.
¿Que podrían querer aquellos hombres? ¿Por que llevaban armas y pinturas de guerra si no nosotros no estábamos en guerra con ninguno? ¿Que buscaban en nosotros?
Mire el rostro de mi madre y vi las mismas dudas. Ella era ,sin duda, una mujer valiente, (como corresponde a nuestra raza) pero su mirada vacilaba al chocar con el horizonte. Un rictus de temor le asomo cuando vio llegar a aquellos hombres al galope, haciendo chanzas entre ellos y grietándose unos a otros como si nosotros no existieramos. Por fin, se detuvieron justo en el centro de las tiendas, pero continuaron hablando entre ellos como si tal cosa.
Grumûk, el viejo; que ya no temía a nada ni a nadie; fue el primero en hablar:
- ¿De quien, quienes vosotros? ¿Que buscáis aquí, forasteros?
El hombre que iba en cabeza, un guerrero enorme de larga barba; le miro con desprecio, como si le acabase de hacer una afrenta, y agarrándole por el pescuezo al pobre viejo, lo alzó del suelo a pulso, le arreo un par de bofetones y lo arrojo al suelo como si fuera escoria.
- !Vaya! !No sabía que los perros de este país hablaban!- se burlo, y le escupió al Grumúk en la cara. Estridentes carcajadas se desataron.- !Vaya! ¿Hay alguien en este campamento con la autoridad suficiente para hablar conmigo?
Nadie contesto, pues todos, incluidos los hombres, estaban como petrificados por lo que acaban de ver: era verdadera mente innoble pegarle así a un viejo indefenso. Mi madre tomo entonces la palabra. Ya he dicho que era una mujer valiente:
- ¿Quizas fuera conveniente saber quien nos pregunta. Y saber de parte de quien viene, y a qué.- le dijo con una mal disimulada cólera.
- En lo sucesivo, me llamarás Señor, o Amo, como prefieras- y soltó una risita siniestra- Pues eso soy.Eso es lo único que te diré, y eso es lo único que necesitas saber. A partir de ahora, toda este chusma- continuó, alargando un brazo y extendiéndolo en arco- me pertenece.- Desmontar las tiendas, recoger el ganado. Vendréis conmigo. Ahora.
Como una ola de frió; todos los hombres se pusieron pálidos de pronto. ¿Quién era aquel presuntuoso para declararse Señor de nadie? ¿Con que autoridad les  mandaba? ¿De quién era jefe? Golpear al Viejo era grave, pero esto era mucho peor. Los hombres llevaron las manos a los pomos de las espadas, alzaron las lanzas y comenzaron a preparar los arcos.
Pero cuando los vio, el jefe de la barba negra se rio sin disimulo. Se llevo los dedos a la boca y profirió un agudo silbido; y al  segundo, vimos y emprendimos porque habían llegados tan resueltos y despreocupados; porque habían llegado al trote y nos habían ignorado. A cada lado del campamento aparecieron  no menos de cuarenta jinetes; con los arcos preparados. Comenzaron a avanzar entre las tiendas, cerrando el círculo alrededor nuestro. Los niños y mujeres que habían quedado en ellas fueron sacados y empujados el circulo central.
La furia recorrió mis venas, pero no podía hacer nada. Mi  pequeño arco no podría ni atravesar esas armaduras de placas. Defenderse seria un suicidio. Y mi ira se haría aún mayor cuando vimos quen  los jinetes de los flancos pertenecían a los tres veces malditos Thurushk. !Sin duda, este perro traidor había pactado con nuestros enemigos para hacerse señor de todos nosotros!
Sheribhaí, jefe de los Cazadores  de la Tribu, tomo entonces la palabra:
- Nosotros no iremos contigo, pues ya tenemos Señor. Suponemos, oh, extranjero, que seas un buen Señor. Entonces no te gustaría que os fuéramos con otro por el simple hecho de tener mas hombres-
El de la Barba volvió a reírse, más fuerte aún que antes, y rebusco algo en la silla de su caballo. Saco un saco grande y pesado y lo exhibió con la zurda mientras hablaba:
- Tenéis sin toda la razón. Aquí tenéis a vuestro jefe; bien, quedaros con el y servirlo- y arrojo el saco a nuestros pies con una carcajada.
El saco cayó y rodó; y con los giros la bolsa se abrió y una cabeza salió de ella y rodando vino a parase justo delante nuestra. Aún entre el polvo del camino y la sangre que le cubría lo reconocí enseguida, aunque estuviese partida en dos y cosida burdamente:
- !Padre! -grite, y la recogí del suelo. Mire sus ojos y los vi como nunca los había visto. Estaban totalmente derrotados y vencidos, aniquilados.
El de la barba dejo de reír y soltó un quejido mientras se giraba hacia mi como una flecha.
- !Vaya! ¿Así que tu eres el hijo de Skhintá? - e hizo una señal a uno de sus vasallos. El hombre descabalgo y sin que yo hiciera nada, pues estaba abatido, me agarraron por el pecho y me subió al caballo como si fuera un fardo.En ese momento, yo comencé a gritar y a retorcer.- !Callaté!- me gritó él, sacudiéndome una y otra vez bofetadas.
Pero el hombre de la barba se me acercó, y agarrándome por el pescuezo me alzó, algo saco de la silla y comenzó a hablar mirándome directamente a los ojos:
- !Espera! A un niño se le da bofetadas. A un perro se le trata de otra manera.- y esbozó una sonrisa cruel.
Por un instante me imagine lo que pasaba por su mente.
No falle.
Saco la fusta del caballo y me azoto en la cara, en el cuello, en las manos. Cuando me dio hasta que se cansó, me tiro cabeza abajo. El golpe fue brutal, pero yo, inundado de dolor por doquier, no sentí dolor, solo ira. Apoyandome en los codos, me levante tambaleante; el se bajo del caballo y se acerco a mi. Apenas llego a mi altura; me arreo una patada tremenda a la altura del estomago. Me saco el aire del pecho y yo caí rodado unos cuantos pasos mas allá;y allí quede, boqueando como un pez fuera del agua.
Lo siguiente que sentí cuando el cielo dejo de dar vueltas fue su bota en mi cuello.
- Lamelas, lacayo. !Lamelas!
Quizás por orgullo, o más simplemente por que mis oídos zumbaban y no razonaba con claridad, no lo hice.
El volvió a repetir que las lamiera.
Tampoco esta vez tuvo más éxito que la anterior.
El apretó el tacón de la bota sobre mi nuez; hasta que mi cara se puso totalmente roja; y desnudo su sable y puso la punta hacia abajo. Pero en ese instante yo ya no razonaba,y la falta de aire y la presión no me dejaban moverme. La punta de la espada descendió sobre mis ojos y yo pensé que seria lo ultimo que vería. Recordé entonces que tenia un pequeño cuchillo que llevaba para desollar a las piezas y lo saque y debí de pincharle los pies con él en lo que juzgue mi ultimo esfuerzo. El me lo arrebato de las manós, y dejando el sable, me lo acerco al cuello mientras me decía:
- Esto será sin duda, más apropiado .
- !Espera! ¿No iras a matar a un niño?- le reprocho uno de sus hombres.
- ¿Y porque no?- respondió él, altanero, mirando en derredor.
Pero si esperaba en torno suyo risas y miradas complices, se confundió. Nadie tenia una sonrisa, ni le jaleaba ni nada parecido. Todos callaban y esquivaban su mirada. Ni siquiera los brutales Thurushk parecían disfrutar del espectáculo: todo un Señor apalizando a un niño que no podía defenderse. Lo único a lo que habían accedido era a sujetar a mi madre y amordazarla. El, aún en su furia, titubeo.
- !Humpf! !Esta bien! No es digno de mi todo este asunto. Nosotros no hacemos la guerra  a los niños. Pero eso no quiere decir que este perro no merezca una lección. - y levantó otra vez la fusta.
- !A un niño si te atreves a pegarle! !Cobarde!- grite yo con las pocas fuerzas que me restaban.
- !Y con gusto!- respondió el, dandome un golpe- !Toma! !Ah que bien se siente! !Toma! !Toma! ! Que placer! !No se siente asi ni cuando me la chupan! !Ja, ja, ja! !Quizás obligue a tu madre a hacerlo! !Ja, ja! !Pequeño imbécil! !Rata inmunda! !Piojo! !Toma! !Toma!
Me dio hasta que literalmente, no me cabía un latigazo más. Todo mi cuerpo estaba rojo, de la punta de los pies a la frente y así se quedaría hasta por lo menos una semana después. Luego me pego un par de patadas más.
Mi primo, que no pudo soportarlo más corrió hacia mi y se interpuso entre él y yo; y le imploro:
- ! Ya basta, asesino! !Lo vas a matar!
El aullo y le arreo un puñetazo con todas sus fuerzas. La nariz se dobló y cayó de rodillas delante de él.
- !No te atrevas a meterte, mocoso!- y levantó la fusta otra vez. Pero en ese preciso instante, algo chispeo en su mente; y la ira dio paso a una sonrisa torva y cruel. - Tu ya no eres un niño. !Soldado! !Ponlo junto a ese carro!
Mientras el resto de los hombres de nuestro campamento ya habían ido recogiendo sus cosas y cargándolo en los carros. Un de sus hombres acero a mi primo a uno de los carros, junto a una de sus ruedas. Mi primo se revolvió, pero de nada le sirvió. Entre dos soldados le obligaron a pegarse a ella. Su padre, mi tío, miraba con los ojos desorbitados, pero no se atrevía a hacer nada. Su madre lloraba desconsolada e imploraba piedad.
- !El knut! !El knut!- pidio a voces el caudillo.
Aún en mi dolor me estremecí, pues el Knut es un instrumento brutal, que se usa para torturas y aún en solo las especialmente crueles y atroces. Uno de sus hombres se lo acercó y el lo blandió delante de las ojos de mi primo. Aun en mi estado, pude ver como palidecía.
Sus dedos de hierro se aferraron al cuello de mi primo, empujándolo contra la rueda del carro. La cabeza asomaba por encima de la circunferencia.
- Y ano es un niño- dijo él, mirando a todos, como si se justificase.- !Extiende el brazo derecho! -le ordeno el.
El no obedeció, demasíado asustado para hacerlo; pero uno de los soldados le agarro por la mano derecha y desgarro la tela mientras lo sujetaba con fuerza.
El knut descendió como un relámpago. Las tiras de metal retorcido chasquearon y se encresparon como serpientes alrededor de su carne, y cuando el otro tiro de nuevo hacia arriba, pequeños trozos de carne y piel saltaron enganchados o cayeron al suelo. La sangre brotó acompañada de un chillido inhumano. Yo baje la vista y me cubrí el rostro con las manos para no ver más. Pero seguí oyendo, y hasta tres veces más descendió el knut, y volvió a subir otras tantas. A cada golpe, un grito, a cada subida un lamento y un chillido.
Mi primo no pudo soportarlos más y se derrumbo llorando. Con las manos sobre la cabeza imploró clemencia.
- !Grita mi nombre! !Gritalo y te dejare ir! - grito él.
Mi primo alzó la cabeza, y retorciendose las laceradas manos de puro dolor; siguió lamentando algo que no oí.
Uno de sus hombres lo alzó de nuevo a la fuerza y lo volvió a poner junto al carro. Aún encorvado como estaba, la cabeza seguía superando la rueda.
- !Grita mi nombre! - repitió él., pero nada se oyó. - ¿No? Esta bien, como quieras.
Se volvió al hombre que estaba detrás y le dijo dándole su  sable:
- Corta lo que sobra.
Se apiado de él y fue rápido y certero.
Un lamento desgarrador rompió el aire cuando su cabeza rodó a sus pies.
Me la pateó delante mia entre aullidos y risas. Yo quede postrado de rodillas, sin saber que hacer o decir. Pero el no estaba saciado y alzando de nuevoel knut dijo:
- Quería darle cinco golpes, pero el era demasaido débil y no podría soportalos. El destino, pues, me ha robado un golpe. Tomalo tu,pues.
Nunca imagine que hubiera un dolor semejante. Surcos enteros se levantaron en mis mejillas, y por apenas nada se salvo mi ojo. Oreja, nariz y labios quedaron desechos. Perdí parte de mis cabellos, y nunca hasta el día de hoy los recupere. Perdí pie y cedí al dolor. Comencé a llorar.
El me tiro de nuevo boca arriba.  No me iba a salvar tan facilmente.
Otra vez su bota se posó en mi garganta.
- Lamelas.
Ahora no era con muerte con lo que me amenazaba. Era con el knut.
Creanlo o no, saque la lengua y la deslice por la suela.
El sonrió, me escupió a la cara y se volvió satisfecho.
- !Vámonos! -se volvió a sus hombres, y ahora, también a los que habían sido antes los compañeros de mi padre. Todos habían ya preparado sus carros y levantado sus tiendas. - !Coger el ganado de este y todo lo que se os apetezca!- les dijo a estos. Sera el presente de bienvenida para mis nuevos súbditos.- rió él.
Se abalanzaron como buitres, prestos a llevarse todo lo que pudieran.
El viejo Grumuk fue el único que hizo algo. Levanto los brazo y se postro ante ellos, implorando clemencia:
- !Por favor, tened clemencia de nosotros! !El invierno esta cerca y moriremos de hambre y frió! !Por favor! !Recordar los favores pasados, y nos os llevéis nada de ellos! !Por favor!
Pero las palabras no bastaron, y aquelloos codiciosos se abalanzaron sobre nuestro ganado y nuestra tienda. Grumúk trató de retener a un caballo por la brida, pero el jinete, un hombre gordo llamado Shuslûk, dijó:
- !Aparta, maldito viejo!
Grumúk no tuvo tiempo de responder. Apenas escuchó esto, una lanza le rompió el pecho y le atravesó. Luego de eso, y viendo que eran capaces de aqeullo, nada si les opuso, y cogieron todo cuanto quisieron.
Quedaron en nuestro campamento cuatro tiendas (la mía, la de la familia de mi tío, la de Grumûk y la de la otra mujer de mi padre) y apenas media docena de animales, que alguno tuvo en bien dejarnos por compasión. Claro esta que se trataba de los animales mas viejos, o enfermos o mas lastimados. Se llevaron con ellos casi todas nuestras reservas de alimentos, y también las armas, las flechas, las ropas y todo cuanto se les apeteció.
Nos quedamos allí, solos y desgraciados, debiendo que desde entonces nuestro linaje quedaría maldito, que estábamos abandonados a nuestra suerte, y que el invierno se avecinaba y apenas teníamos ni comida ni medios para conseguirla.
Pero por aquel entonces a mi no me importaba nada de eso. Me quede solo afuera, mirando la luna y con la cabeza de mi padre entre las manitas ateridas. El frió atenazaba, pero a mi no importaba. Mi madre me dejo un rato a solas con mis pensamientos, y luego salió a por mi y me dijo que entrara. Yo le contesté:
- En toda mi vida, nunca había visto sus ojos así, tan derrotados, tan humildes, tan tristes y abatidos. El nunca se dejo vencer. Verlo así... -y no hable más.
Mi madre me paso la mano por encima del hombro, y sin ápice de tristeza, me dijo:
- Tu padre no esta triste por nosotros, hijo. Tu padre- contuvo el aliento- esta triste por su asesino. Sabe lo que le aguarda. Sabe que lo vengaremos.
Sonreí.
Entre en la tienda, y allí, junto a mi madre, estaba mi tío.
Yo le pregunte:
- Tío, el hombre que mató a mi padre, el que dirigía esa banda. ¿De quién, de quienes él?
- No lo sé. Nunca lo he visto- contesto ahogando un sollozo.
- Entre sus soldados, creo que oí como lo llamaban Togrul- dijo mi tía.
Y por segunda vez en aquella noche, volví a sonreír.
No lo haria ya más.

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