Apenas se hubo
tranquilizado los ánimos, el Señor dispuso que empezara en seguida el siguiente
duelo, para así distraer al populacho, y así se hizo, saltándose los ritos
previos y demás prolegómenos.
Entre el mas profundo
y reverenciado silencio salieron Recard y Urdum. La sencillez de la armadura
del Klien contrastaba con el ornamento, finura y filigrana de su rival, cuya
armadura negra contaba con numerosos grabados y decoraciones en oro que
simbolizaban dragones, leones y quimeras.
En su espaldar se daba cita el blasón de su Familia.
Recard llego a su
puesto; bajo la visera del yelmo, dispuso el escudo con firmeza: embrazo la
lanza y esperó.
Urdum se tomo su
tiempo. Se paseo ante la tribuna, le alcanzo con la punta de su lanza una
prenda a su prometida, y en el un mensaje que rezaba “Volveré en unos
segundos”. La ocurrencia hizo estallar en carcajadas a la tribuna cuando la
doncella lo leyó en voz alta. El Señor no se rio, le pareció una estruendosa
falta de respeto, y más ahora que tenia tratos con la otra Familia. Por fin,
Urdum se situó convenientemente.
Las apuestas estaban
siete a uno a favor del favorito. Los que lo habían hecho por Recard, en
realidad, tan solo lo habían hecho porque por aquel entonces la cosa estaba
diez a uno, y apostando muy poco se podía sacar una verdadera fortuna.
Un cuerno dio la
señal.
Como dos rugientes
saetas, ambos se lanzaron al galope tendido uno contra otro.
Recard sabia que al
choque puro, nada podría hacer contra la fuerza, destreza y experiencia de
Urdum. Su caballo y sus armas, eran además, muy superiores. Si que obro en
consecuencia, y decidió arriesgar para vencer. Picando un poco al caballo
consiguió torcer un poco la carrera del caballo, alejándose sutilmente de su
rival, mientras giraba más y mas la lanza. Pero Urdum no había ganado tantas
batallas de casualidad: e hizo virar a su caballo, acercándose tanto como
Recard se alejaba. Los centímetros se agotaban y ambos caballeros estaban más y
más cerca. A la desesperada, Recard inclino el cuerpo y puso la lanza casi en
horizontal, perpendicular a su propia silla, como si fuera una barrera. Pero
era un plan poco inteligente. La lanza no choco en Urdum, si no en la testa de
su caballo, que la golpea casi sin inmutarse en su carrera. Pero si inmuto a
Recard, que no pudo resistir el tirón y desequilibrado, cayo a plomo y rodó
como un trasto viejo.
El público estallo en
vítores. Ni siquiera aquella artimaña podía hacer mella en el campeón. El
resultado era el de siempre, el esperado, nadie dijo nada esta vez, ni nadie
hizo nada: la gente se volvió para cobrar sus apuestas o cuchicheo entre ello
lo extraño de la maniobra.
Pero Recard no se
rindió, no aún. Tambaleante como un tonel en el mar, se puso de pie. Ignorando
el dolor y concentrando sus fuerzas, desnudo su espada y enarbolando el acero,
grito a Urdum:
-
¡Espera!
¡Esto aún no ha acabado!
-
Al
contrario. Esto se acabó el dia en que nací. Lo que pasa es que nadie se digno
a contártelo.
El público
rubrico con carcajadas y aplausos aquella jactancia, pero el ceño del Señor estaba cada vez más
fruncido. ¡Aquel insensato se disponía a lanzarse a caballo contra él! ¡Era una
locura! ¿Y si mataba a aquel hombre, pisoteándole? ¿O en el choque? O por el contrario, ¿Por qué
poner en riesgo a este semental, si era el mejor percherón de sus cuadras?
¡Basta! ¡Había que detener esto! ¡Se levanto como una flecha!
-
¡Alto!
¡Alto!- gritaba.
Pero era inútil,
ya nadie le escuchaba.
Recard estaba
demasiado ocupado tratando de sobrevivir. Urdem había picado espuelas y se
lanzaba de cabeza sobre él.
-
¡Gilipollas!
–aullaba dentro de su casco. Esto no tenía que estar pasando. Este gilipollas
tenía que haberse quedado en el suelo. Primero, los truquitos con la lanza. Y
ahora, estas tonterías. El combate había acabado. El había ganado. Bien, esta
vez seria a las bravas. No habría piedad.
-
¡Gilipollas!-
volvió a resonar dentro del casco.
Estaba muerto.
Recard temblaba
de emoción, pero no había miedo en sus ojos. Ya había visto a la muerte de
cara, aunque no tan rápida y acorazada. No iba a echarse atrás ahora.
Plantó bien los
pies en el suelo y sospeso la espada delante de él. Un viejo poema le vino a la
cabeza:
Este
es el fin.
Los
cielos caen.
La
noche nos anega.
La
Luna estalla.
Porque
este es el fin
...
Verso tras verso
relampagueó en su mente, y estremeciendo sus cuerdas vocales resonó por su
garganta reseca mientras veía venir a aquel gigante, a aquella fuerza de la
naturaleza, a aquel titán de hierro y piedra y hueso hacia el como una tormenta
de granizo. Un fantasma de muerte se paseo delante de sí, y aun su alma se
estremecía esperando el final.
Pero no fue el
fin.
En el último
momento recupero la cordura y se echo a un lado, justo un segundo antes que el
relámpago gris le arrasase. Pero Urdum ya esperaba algo parecido. Tasco el
freno y aprovecho el derrape del caballo para girar en redondo y recolocarse de
frente a él en apenas unos segundos. Recard apenas había tenido tiempo de
levantarse justo cuando vi lo que se le
venia encima.
Un grito
desesperado fue todo lo que pudo hacer esta vez.
El golpe fue
colosal, y Recard tuvo suerte tan solo de sobrevivir a aquello. Nunca había
visto una cosa semejante. Un dolor tan estremecedor, tan insufrible; su espalda
pareció romperse en dos; cuando finalmente toco suelo.
Pero Urdum no
estaba contento.
Aún se movía. Aun
se retorcía. Quizás se le ocurriese volver a levantarse, como había hecho
antes.
Loco.
En sus labios se
dibujo la sonrisa de un lobo que huele a la presa.
No le dejaría
esta vez.
Esta vez, seria
su fin.
Su maldito fin.
Encabrito el
caballo y trato de pisotearlo con todo su terrible peso.
A la
desesperado, Recard rodo como pudo, pero Urdum no dejo de caracolear a un lado
y a otro siguiéndolo, y levanto y haciendo caer el caballo a un lado y a otro.
El publico se
puso en pie, oliendo sangre, sacudiendo los cielos con sus gritos.
Una pezuña hallo
el banco, y estallo el éxtasis.
Un caos de dolor
y acero fue todo lo que recuerda que vino a continuación. Con un último
esfuerzo, o quizá por un simple mecanismo inconsciente la espada se le disparó
y se vio envuelto entre las patas del caballo; entre sangre, mierda y polvo; se
enredo en aquel bosque y en medio de la confusión mas absoluta caballo y jinete
dieron contra el suelo.
La algarabía
hizo temblar los cimientos de la plaza.
Alto como una
torre, ignorando el dolor se alzó primero Urdum, herido en su orgullo propio, y desnudando su espada de
acero negro se acercó a Recard para acabar con aquello. Este no se había
levantado por entero y estaba de espaldas a él, pero nada de eso le importo. Se
acabaron las lindezas. Lo iba a matar. Como fuera.
Pero en el
instante que iba a descargar el golpe; Recard se volvió violentamente; y rápido
como el relámpago descargo su acero en diagonal hacia el hombro del enemigo.
Pero Urdum era
mucho Urdum; no había ganado su fama de casualidad. Aún pillado por sorpresa
reacciono rápido; haciéndose a un lado y trazando a la defensiva un circulo con
la hoja de su arma; rechazando su impetuoso desafió. Ambos luchadores dieron un
paso hacia atrás para preparar el siguiente golpe.
Los aceros
chocaron en el aire, haciendo saltar chipas de las impías hojas. El aire mismo
aulló de terror; y ambas guardas chocaron una contra otra tratando de
imponerse. Recard rompió el juego con un
golpe en horizontal de su escudo; pero Urdum quito la cabeza justo a tiempo.
Ahora tenía hueco para contratacar; y lo aprovecho bien. La espada casi alcanza
a Recard, que supo reaccionar en el último instante; pero su defensa fue débil,
pues no estaba bien colocado; y la fuerza de su oponente hizo el resto. La hoja
tembló, y con una violenta sacudida por poco se escapa de la mano; para
retenerla tuvo que inclinarse hacia adelante, justo hacia su enemigo; Urdum
cargo con el escudo precisamente hacia allí.
Fuerza contra
fuerza, Recard tenía entre poco y nada que hacer contra aquella mole de hierro,
metal y hueso; y desequilibrado las cosas pintaban realmente mal. Aunque
interpuso su propio escudo como muralla; el pulso que vino a continuación fue
demasiado para el. Trastabillando, retrocedió, antes de perder pie y golpear
con una rodilla el suelo.
Estaba justo
como quería Urdum. Pues bien, pensó, aquí se acaba todo. Es hora de rematar la
faena. Alzando su espada como si fuera una maza; le miro a los ojos (allá donde
se escondieran detrás del yelmo) y bramo con todfa la fuerza de sus colosales
pulmones:
-
¡Muerte!
Como un tornado
cerniéndose sobre una cabaña, golpeo la espada. Todo el brazo sintió la
terrible presión, y haciendo verdaderos esfuerzos pudo retener la hoja tiritante
en la mano: ella misma parecía combarse y ceder ante aquel ímpetu. El siguiente
golpe de no le fue a la zaga al primero; ni el tercero al segundo, que hizo que
Recard tuviese que resistirlo con ambas rodillas besando el polvo y agarrando
el pomo con ambas manos.
Urdum también
agarro su espada con ambas manos y se preparo para el siguiente golpe, que
juzgo el último, mientras la espuma se le salía por la boca como a un caballo
desbocado.
El público rugió
por que previa la matanza próxima e inevitable, y extasiados gritaban una y
otra vez:
-
¡Mátale!
¡Mátale, Urdum! ¡Mata a ese cabrón! ¡Revuélcale en el fango! ¡Que se pudra en
los infiernos!
Algún gracioso
incluso lanzaba dardos:
-
¡Recard,
puto marica! ¡Eres peor que Snauss!
-
¡Eso,
eso! ¡Payaso!
-
¡Pufo!
-
¡Mierdas!
-
¡Ja,
ja, ja!- se burlaban todos.
Pero Recard tenía
problemas mas urgentes y mortales enfrente.
El Señor se
levanto y llevando las dos manos al cielo imploro piedad.
Pero su voz se
ahogo en el tumulto.
Senental inclino
la cabeza como si quisiera beberse la arena de combate.
El público
rugía.
Y la espada,
como una tormenta de granizo se desplomo hacia su objetivo.
La espada de
Recard voló hecha pedazos por la brutalidad del golpe.
Las manos,
dobladas, besaron el polvo.
Pero Recard
estaba vivo, prácticamente.
Y Urdum, aunque
maldecía su estupidez, había hundido en una cuarta la espada en la tierra.
Como el resorte
de una ballesta, Recard cargo hacia adelante, y dieron contra tierra ambos.
Aprovechándose de la confusión del golpe, se monto a horcajadas sobre su pecho,
y alcanzando la empuñadura de su arma, inclino lo que quedaba de hoja sobre su
cuello. El guantelete tronó en su cuello; un rodilla en su estomago y las
espuelas le arañaron el rostro con fuerza. Escupiendo sangre y dientes, Recard
cayó hacia atrás. Escupiendo sangre y dientes, Recard vio como Urdum se le
subía encima ye invertía la situación.
Se debatió con
toda la fuerza de sus músculos, pero ya era tarde. Estaba agotado y el peso de
su rival era horrible. La espada centelleo frente a sus ojos.
-
¡Alto!-
ordenó el Señor por encima de todos. -¡Alto!- repitió- No es necesario. Declaro
a Urdum vencedor del combate. Le declaro ganador.- los aplausos y vítores se
desataron, pero algo desanimados: la gente esperaba sangre y estaba un tanto
decepcionada. – Recard ha perdido. Pero a Recard se le declara mi amigo. Ha
peleado con nobleza y con la bravura de cien hombres. Ha ganado el honor de
nuestra amistad. ¡Bravo por él!
Pero Urdum sacudió la cabeza con desdén. ¡Que osadía! ¡Que desdén!
¡Atreverse a arrebatarle el triunfo a él! ¡Vencedor de mil días! ¡De cien
batallas! Su sangre caliente debería adornar su hoja. Y sin embargo…Era su
señor. No podía negarse, y menos aún en publico, delante de toda su gente;
delante de todos sus invitados. Mascando sin vergüenza su ira, como si el humillado
fuera él, alzó su puño y lo elevo al cielo, y con el dedo índice estirado, negó
tres veces.
Entre las aclamaciones del publico, se retiro, dolido, y no dijo una
sola palabra a nadie. Y nadie se atrevió
a romper su dolorosa quietud.
Para Recard fue
mucho más trabajoso levantarse, tanto que no lo pudo hacer por sus propias
fuerzas. Al cabo de un buen rato fuer retirado por media docena de pajes, entre
abucheos e insultos. Pero cuando su cuerpo amurallado fue arrastrado enfrente
del palco, el Señor mismo se puso de pie y le aplaudió, y poco a poco tímidos
aplausos comenzaron a romper entre la marejada. Y desde dentro del yelmo, al
Señor le pareció ver una sonrisa y una lágrima.