lunes, 12 de noviembre de 2012

El Papa debia estar borracho



Apenas se hubo tranquilizado los ánimos, el Señor dispuso que empezara en seguida el siguiente duelo, para así distraer al populacho, y así se hizo, saltándose los ritos previos y demás prolegómenos.
Entre el mas profundo y reverenciado silencio salieron Recard y Urdum. La sencillez de la armadura del Klien contrastaba con el ornamento, finura y filigrana de su rival, cuya armadura negra contaba con numerosos grabados y decoraciones en oro que simbolizaban dragones, leones y quimeras.  En su espaldar se daba cita el blasón de su Familia.
Recard llego a su puesto; bajo la visera del yelmo, dispuso el escudo con firmeza: embrazo la lanza y esperó.
Urdum se tomo su tiempo. Se paseo ante la tribuna, le alcanzo con la punta de su lanza una prenda a su prometida, y en el un mensaje que rezaba “Volveré en unos segundos”. La ocurrencia hizo estallar en carcajadas a la tribuna cuando la doncella lo leyó en voz alta. El Señor no se rio, le pareció una estruendosa falta de respeto, y más ahora que tenia tratos con la otra Familia. Por fin, Urdum se situó convenientemente.
Las apuestas estaban siete a uno a favor del favorito. Los que lo habían hecho por Recard, en realidad, tan solo lo habían hecho porque por aquel entonces la cosa estaba diez a uno, y apostando muy poco se podía sacar una verdadera fortuna.
Un cuerno dio la señal.
Como dos rugientes saetas, ambos se lanzaron al galope tendido uno contra otro. 
Recard sabia que al choque puro, nada podría hacer contra la fuerza, destreza y experiencia de Urdum. Su caballo y sus armas, eran además, muy superiores. Si que obro en consecuencia, y decidió arriesgar para vencer. Picando un poco al caballo consiguió torcer un poco la carrera del caballo, alejándose sutilmente de su rival, mientras giraba más y mas la lanza. Pero Urdum no había ganado tantas batallas de casualidad: e hizo virar a su caballo, acercándose tanto como Recard se alejaba. Los centímetros se agotaban y ambos caballeros estaban más y más cerca. A la desesperada, Recard inclino el cuerpo y puso la lanza casi en horizontal, perpendicular a su propia silla, como si fuera una barrera. Pero era un plan poco inteligente. La lanza no choco en Urdum, si no en la testa de su caballo, que la golpea casi sin inmutarse en su carrera. Pero si inmuto a Recard, que no pudo resistir el tirón y desequilibrado, cayo a plomo y rodó como un trasto viejo.
El público estallo en vítores. Ni siquiera aquella artimaña podía hacer mella en el campeón. El resultado era el de siempre, el esperado, nadie dijo nada esta vez, ni nadie hizo nada: la gente se volvió para cobrar sus apuestas o cuchicheo entre ello lo extraño de la maniobra.
Pero Recard no se rindió, no aún. Tambaleante como un tonel en el mar, se puso de pie. Ignorando el dolor y concentrando sus fuerzas, desnudo su espada y enarbolando el acero, grito a Urdum:
-       ¡Espera! ¡Esto aún no ha acabado!
-       Al contrario. Esto se acabó el dia en que nací. Lo que pasa es que nadie se digno a contártelo.
El público rubrico con carcajadas y aplausos aquella jactancia,  pero el ceño del Señor estaba cada vez más fruncido. ¡Aquel insensato se disponía a lanzarse a caballo contra él! ¡Era una locura! ¿Y si mataba a aquel hombre, pisoteándole?  ¿O en el choque? O por el contrario, ¿Por qué poner en riesgo a este semental, si era el mejor percherón de sus cuadras? ¡Basta! ¡Había que detener esto! ¡Se levanto como una flecha!
-       ¡Alto! ¡Alto!- gritaba.
Pero era inútil, ya nadie le escuchaba.
Recard estaba demasiado ocupado tratando de sobrevivir. Urdem había picado espuelas y se lanzaba de cabeza sobre él.
-       ¡Gilipollas! –aullaba dentro de su casco. Esto no tenía que estar pasando. Este gilipollas tenía que haberse quedado en el suelo. Primero, los truquitos con la lanza. Y ahora, estas tonterías. El combate había acabado. El había ganado. Bien, esta vez seria a las bravas. No habría piedad.
-       ¡Gilipollas!- volvió a resonar dentro del casco.
Estaba muerto.
Recard temblaba de emoción, pero no había miedo en sus ojos. Ya había visto a la muerte de cara, aunque no tan rápida y acorazada. No iba a echarse atrás ahora.
Plantó bien los pies en el suelo y sospeso la espada delante de él. Un viejo poema le vino a la cabeza:
Este es el fin.
Los cielos caen.
La noche nos anega.
La Luna estalla.
Porque este es el fin
      ...
 
Verso tras verso relampagueó en su mente, y estremeciendo sus cuerdas vocales resonó por su garganta reseca mientras veía venir a aquel gigante, a aquella fuerza de la naturaleza, a aquel titán de hierro y piedra y hueso hacia el como una tormenta de granizo. Un fantasma de muerte se paseo delante de sí, y aun su alma se estremecía esperando el final.
Pero no fue el fin.
En el último momento recupero la cordura y se echo a un lado, justo un segundo antes que el relámpago gris le arrasase. Pero Urdum ya esperaba algo parecido. Tasco el freno y aprovecho el derrape del caballo para girar en redondo y recolocarse de frente a él en apenas unos segundos. Recard apenas había tenido tiempo de levantarse justo cuando  vi lo que se le venia encima.
Un grito desesperado fue todo lo que pudo hacer esta vez.
El golpe fue colosal, y Recard tuvo suerte tan solo de sobrevivir a aquello. Nunca había visto una cosa semejante. Un dolor tan estremecedor, tan insufrible; su espalda pareció romperse en dos; cuando finalmente toco suelo.
Pero Urdum no estaba contento.
Aún se movía. Aun se retorcía. Quizás se le ocurriese volver a levantarse, como había hecho antes.
Loco.
En sus labios se dibujo la sonrisa de un lobo que huele a la presa.
No le dejaría esta vez.
Esta vez, seria su fin.
Su maldito fin.
Encabrito el caballo y trato de pisotearlo con todo su terrible peso.
A la desesperado, Recard rodo como pudo, pero Urdum no dejo de caracolear a un lado y a otro siguiéndolo, y levanto y haciendo caer el caballo a un lado y a otro.
El publico se puso en pie, oliendo sangre, sacudiendo los cielos con sus gritos.
Una pezuña hallo el banco, y estallo el éxtasis.
Un caos de dolor y acero fue todo lo que recuerda que vino a continuación. Con un último esfuerzo, o quizá por un simple mecanismo inconsciente la espada se le disparó y se vio envuelto entre las patas del caballo; entre sangre, mierda y polvo; se enredo en aquel bosque y en medio de la confusión mas absoluta caballo y jinete dieron contra el suelo.
La algarabía hizo temblar los cimientos de la plaza.
Alto como una torre, ignorando el dolor se alzó primero Urdum, herido en su  orgullo propio, y desnudando su espada de acero negro se acercó a Recard para acabar con aquello. Este no se había levantado por entero y estaba de espaldas a él, pero nada de eso le importo. Se acabaron las lindezas. Lo iba a matar. Como fuera.
Pero en el instante que iba a descargar el golpe; Recard se volvió violentamente; y rápido como el relámpago descargo su acero en diagonal hacia el hombro del enemigo.
Pero Urdum era mucho Urdum; no había ganado su fama de casualidad. Aún pillado por sorpresa reacciono rápido; haciéndose a un lado y trazando a la defensiva un circulo con la hoja de su arma; rechazando su impetuoso desafió. Ambos luchadores dieron un paso hacia atrás para preparar el siguiente golpe.
Los aceros chocaron en el aire, haciendo saltar chipas de las impías hojas. El aire mismo aulló de terror; y ambas guardas chocaron una contra otra tratando de imponerse.  Recard rompió el juego con un golpe en horizontal de su escudo; pero Urdum quito la cabeza justo a tiempo. Ahora tenía hueco para contratacar; y lo aprovecho bien. La espada casi alcanza a Recard, que supo reaccionar en el último instante; pero su defensa fue débil, pues no estaba bien colocado; y la fuerza de su oponente hizo el resto. La hoja tembló, y con una violenta sacudida por poco se escapa de la mano; para retenerla tuvo que inclinarse hacia adelante, justo hacia su enemigo; Urdum cargo con el escudo precisamente hacia allí.
Fuerza contra fuerza, Recard tenía entre poco y nada que hacer contra aquella mole de hierro, metal y hueso; y desequilibrado las cosas pintaban realmente mal. Aunque interpuso su propio escudo como muralla; el pulso que vino a continuación fue demasiado para el. Trastabillando, retrocedió, antes de perder pie y golpear con una rodilla el suelo.
Estaba justo como quería Urdum. Pues bien, pensó, aquí se acaba todo. Es hora de rematar la faena. Alzando su espada como si fuera una maza; le miro a los ojos (allá donde se escondieran detrás del yelmo) y bramo con todfa la fuerza de sus colosales pulmones:
-       ¡Muerte!
Como un tornado cerniéndose sobre una cabaña, golpeo la espada. Todo el brazo sintió la terrible presión, y haciendo verdaderos esfuerzos pudo retener la hoja tiritante en la mano: ella misma parecía combarse y ceder ante aquel ímpetu. El siguiente golpe de no le fue a la zaga al primero; ni el tercero al segundo, que hizo que Recard tuviese que resistirlo con ambas rodillas besando el polvo y agarrando el pomo con ambas manos.
Urdum también agarro su espada con ambas manos y se preparo para el siguiente golpe, que juzgo el último, mientras la espuma se le salía por la boca como a un caballo desbocado.
El público rugió por que previa la matanza próxima e inevitable, y extasiados gritaban una y otra vez:
-       ¡Mátale! ¡Mátale, Urdum! ¡Mata a ese cabrón! ¡Revuélcale en el fango! ¡Que se pudra en los infiernos!
Algún gracioso incluso lanzaba dardos:
-       ¡Recard, puto marica! ¡Eres peor que Snauss!
-       ¡Eso, eso! ¡Payaso!
-       ¡Pufo!
-       ¡Mierdas!
-       ¡Ja, ja, ja!- se burlaban todos.
Pero Recard tenía problemas mas urgentes y mortales enfrente.
El Señor se levanto y llevando las dos manos al cielo imploro piedad.
Pero su voz se ahogo en el tumulto.
Senental inclino la cabeza como si quisiera beberse la arena de combate.
El público rugía.
Y la espada, como una tormenta de granizo se desplomo hacia su objetivo.
La espada de Recard voló hecha pedazos por la brutalidad del golpe.
Las manos, dobladas, besaron el polvo.
Pero Recard estaba vivo, prácticamente.
Y Urdum, aunque maldecía su estupidez, había hundido en una cuarta la espada en la tierra.
Como el resorte de una ballesta, Recard cargo hacia adelante, y dieron contra tierra ambos. Aprovechándose de la confusión del golpe, se monto a horcajadas sobre su pecho, y alcanzando la empuñadura de su arma, inclino lo que quedaba de hoja sobre su cuello. El guantelete tronó en su cuello; un rodilla en su estomago y las espuelas le arañaron el rostro con fuerza. Escupiendo sangre y dientes, Recard cayó hacia atrás. Escupiendo sangre y dientes, Recard vio como Urdum se le subía encima ye invertía la situación.
Se debatió con toda la fuerza de sus músculos, pero ya era tarde. Estaba agotado y el peso de su rival era horrible. La espada centelleo frente a sus ojos.
-       ¡Alto!- ordenó el Señor por encima de todos. -¡Alto!- repitió- No es necesario. Declaro a Urdum vencedor del combate. Le declaro ganador.- los aplausos y vítores se desataron, pero algo desanimados: la gente esperaba sangre y estaba un tanto decepcionada. – Recard ha perdido. Pero a Recard se le declara mi amigo. Ha peleado con nobleza y con la bravura de cien hombres. Ha ganado el honor de nuestra amistad. ¡Bravo por él!
Pero Urdum sacudió la cabeza con desdén. ¡Que osadía! ¡Que desdén! ¡Atreverse a arrebatarle el triunfo a él! ¡Vencedor de mil días! ¡De cien batallas! Su sangre caliente debería adornar su hoja. Y sin embargo…Era su señor. No podía negarse, y menos aún en publico, delante de toda su gente; delante de todos sus invitados. Mascando sin vergüenza su ira, como si el humillado fuera él, alzó su puño y lo elevo al cielo, y con el dedo índice estirado, negó tres veces.
Entre las aclamaciones del publico, se retiro, dolido, y no dijo una sola palabra  a nadie. Y nadie se atrevió a romper su dolorosa quietud.
Para Recard fue mucho más trabajoso levantarse, tanto que no lo pudo hacer por sus propias fuerzas. Al cabo de un buen rato fuer retirado por media docena de pajes, entre abucheos e insultos. Pero cuando su cuerpo amurallado fue arrastrado enfrente del palco, el Señor mismo se puso de pie y le aplaudió, y poco a poco tímidos aplausos comenzaron a romper entre la marejada. Y desde dentro del yelmo, al Señor le pareció ver una sonrisa y una lágrima.

lunes, 22 de octubre de 2012

El Villano en su Rincón



-!Que locura! !Que temeridad! !Que insensatez! !Que error! !Que terrible error!- chillaba Senental
- ! Oh, cállate! !Cállate! Ya esta bien. Ya esta bien, te digo. ! Basta!- le ordenó el Viejo- !Cállate! Ya soy mayor para saber que es lo que me conviene ¿No te parece?
- !Mayor! !Mayor dice! !En sus trece esta el loco! !Mayor! !Ya lo creo que si! !Ochenta y cinco años, ese es el problema! !Lo mayor que estáis!
- Quizá tenga ochenta y cinco años, Senental, pero- y le agarro por ambos brazos- me basto y me sobro para alzarte en el aire, y partirte como leña seca. ¿Quieres probarlo? ¿No? Bien, pues entonces callaté. Por tu bien- sentenció, y Senental, tembloroso, titubeó y se echo para atrás.
- Bien. -dijo el Viejo- Ahora aparta de mi camino. Tengo que preparme, y no haces otra cosa que molestarme. ! Fuera! Bien, nos veremos alli afuera- dijo haciendo una reverencia- Si al estimado Senental no le parece mal, desde luego. !!Bien! !Adiós! !Volveré pronto!
- ¿Pero es que no quedan hombres de valor aquí? ¿Nadie va a hacer nada? !Ese loco marcha hacían una muerte segura y nadie mueve un dedo!
- Seguro que eso seria toda una desgracia- dijo para si Recard.
- No hay ninguna ley que le prohíba participar; ninguna norma. No podemos oponernos a su voluntad. Es terco como una mula, y fuerte como un buey.
-Pero vos soy el Señor. Vuestra palabra es ley, aún para él mismo.-Le replico Senental.
- Él está más allá de todo eso. Solo obedece cuando quiere y en lo que quiere. Nada lograría oponiéndome, salvo un nuevo escandalo. Y somos huéspedes aquí. No quisiera dar ningún motivo...
- Si ese loco muere ahi afuera, si tendriamos un motivo para...
- No te preocupes- le contestó.- Por ventura o desgracia, ese hombre tioene la cabeza más dura que he visto. Volverá.
- Lo que falta por ver es si volverá de una pieza.
- Si, toda una desgracia. Repitió Recard. -Bien, he de irme. A mi también me esperan, y seria descortés retrasarme más. ! Adiós! ¿Parto con vuestra bendición, Senental? -pregunto con una sonrisa en los labios.
Senental no contestó nada. El sudor le cubría por doquier, como una pesada mortaja.
-! Que locura!- repitió para sí.
- Vamos, ven- dijo el niño riéndose- Va a empezar.
A paso vivo se dirigieron, junto al resto de las Casas, a la plaza, lugar donde se desarrollaría la justa. Las gradas eran bajas y estrechas; pero varios cientos de curiosos se arracimaban en los bordes, en un lado y otro de los cercanos edificios para presenciar los combates, eso si, detrás de una gruesa barrera de buena  madera, para que el noble respetable no le ofendiese los malos gustos de la plebe. 
En el centro de la plaza se había dispuesto a un extremo y otro una serie de marcas; como círculos, donde cada combatiente debería colocarse, y en el lado derecho, cerca de las gradas, había un gran plataforma de madera. En ella se subió un pregonero de voz potente, y desde allí anunció que los combates comenzarían enseguida; echándose a suertes los enfrentamientos. Uno por uno anunció los que iba a batallar; leyendo tras sus nombre, sus méritos y hazañas; la mayoría, por que no decirlo, sencillamente despreciables. Recard se le nombro el tercero, y de él se dijo que por tres veces se había batido en el mar y tres barcos enemigos había capturado (lo que era completamente cierto) que había vencido en dos combates singulares a rivales de envergadura; y que nunca había vuelto la espalda. Apenas dos nombres después, se pronunció el nombre de Urden y el publico estalló en aplausos y vivas; la ovación duró tanto que el pregonero espero largo tiempo antes de relatar, punto por punto, sus hazañas. Este era, claro, el paladín de la Casa anfitriona, el héroe local, y además, un temible guerrero, pues había participado en innumerables campañas y conquistas, bien para honor de su Familia, bien para honor del Rey mismo, y por su valor y destreza había alcanzado el honor de Portaestandarte, Lanza Real y Campeón de la Reina. Cuando se leyó cada titulo, se prorrumpía en una ovación y había que detenerse; parecía que cada cuál competía con el vecino por aclamarle con más estruendo que aquel.  Cuando acabó por fin el pregonero, todo el mundo resollaba por el esfuerzo.
En esas estaba cuando se anuncio el nombre de Carissa. Primero con hilaridad (digamos que su estampa no era precisamente de epopeya, ya que encontrar de los consejos de los pajes, llevaba el yelmo bajo un brazo), pero luego con incredulidad y hasta cierta pasmosa envidia, pues sus méritos y hazañas superaban, si no en brío, si por lo menos en cantidad no solo a las del resto de luchadores (incluso a las de varios de los otros luchadores juntos) si no a las del propio Urden, que un momento antes confiado y seguro, meneaba ahora la cabeza de un lado a otro con visible desdén e impaciencia. Avergonzado, el pregonero cayó y no leyó por completo sus méritos indubitables, pero si leyó el remate final:
- ... !Señor de la Casa de Klien!
Senental, incapaz de dar crédito a semejante ofensa, se mesaba los cabellos, pero el niño de su derecha se limitaba a sonreír como si todo fuera una gigantesca broma. Por fin, cuando cesaron las risas y los abucheos, todos los caballeros desfilaron en pie de marcha en fila, a la cabeza, por supuesto, Urden. Pero Carissa, que pensaba que el puesto le correspondía por antigüedad, lo adelanto al trote vivo y se coloco al frente el, con todo el orgullo que no le cabía ni por las cinchas del caballo. El público le mostró, por señas y de viva voz, lo que pensaba, y él, aun más orgulloso alzó la lanza y mostraba el escudo.
Por fin; todos se colocaron enfrente de las gradas, de cara al Señor, y llevaron a cabo el juramento: no utilizaron malas artes, no daría muerte al contrario, respetarían las reglas y las decisiones que se tomarían.
Hecho lo cuál se decidió a suertes los enfrentamientos. El primer nombre en salir fue Carissa. Se oyeron maldiciones y quejas. Todos esperaban que no les tocase el viejo, pues no habría honor en vencer a semejante rival, y todos escucharon con claridad como el mismo Urden decía que por nada del mundo le gustaría luchar contra él. Y por supuesto, no le toco a él. El afortunado fue uno de los guerreros más inexpertos que había, un joven perteneciente a una casa sin tradición alguna, unos mercaderes arribistas que habían logrado ascender gracias a hacer una buena fortuna.
Recard no podía quejarse precisamente: nada más y nada menos que le toco en suerte Urden, de primeras. Cierto es que corría el rumor de que este combate seria interesante de producirse, pues ambos bandos estaban tratando de formalizar una alianza, y una buena impresión como luchadores siempre seria un buen apoyo antes de empezar las negociaciones.
Recard aceptó el golpe con entereza: Urden era un guerrero muy superior y sus posibilidades, aun a su máximo nivel, eran escasas contra semejante mole; pero nada podía hacerse ya, y además, este duelo le apetecía, aunque lo temiese. Un todo o nada desde el inicio.
Nada mas terminar con el sorteo, los que no iban a combatir en seguida descendieron del caballo y esperaron turno en unos bancos de madera que había en uno de los laterales junto a las cuadras. Carissa se quedo en su caballo, y también claro, el joven y rubio Snauss, su rival.
El pueblo lucia deslucido, como el espectáculo, todo el mundo esperaba con ansia, el último combate, el de Urden, y este entremés tibio no llamaba su atención. Había poco dinero en las apuestas, pues nadie parecía estar dispuesto a hacerlo por el viejo, pero el otro tampoco llamaba la atención como para compensar. Así las cosas, se pagaba cuatro a uno por Snauss, más que nada por el poco dinero que se movía.
Carissa y el otro, mientras tanto, ocuparon sus puestos, uno frente al otro, cada uno en un extremo de la plaza. Los pajes les acercaron las lanzas (de madera, por supuesto) y se les dio un momento para que se recolocaran y se preparan.
Un cuerno dio la señal.
El joven salió disparado como una flecha, pero atrás no se quedo el viejo, para asombro de todos. Abrazando la lanza como si fuera la vida en ella, profirió una horripilante serie de gritos, y espoleando a su caballo se arrojó como un proyectil viviente.
- !Gloria!- gritaba- !Gloria! !Muerte! !Guerra! !Tore! !Misit! !Padá!
Sin dejarse impresionar, Snauss bajo la lanza, y apuntándole al pecho lanzó una maldición primero y la lanza poco detrás.
Por un instante ambos lanzas se cruzaron, de arriba abajo una, de abajo arriba la otra; y por un instante ambas buscaron chocar contra el acero contrario, trémulas de la emoción.
Snauss, juzgándose vencedor- no podía ser de otra manera, no podía ser de otra manera- se encrespó sobre la silla y aulló:
- ! Victoria!
Por un efímero instante su lanza rozaba el metal del capacete contrario; su furia lo empellía aun más allá, y la vergüenza y las mil emociones que se desataron en este instante lo cegaron, bullendo desde todos lados sobre él.
Con una gigantesca explosión de astillas, su pecho retrocedió incrédulo, combado de dolor; el metal contra la carne; el dolor contra el alma; y expelido como un insecto, su cabeza se puso paralela a la grupa del caballo, sus brazos describieron cómicos molinillos mientras todo su cuerpo cedía hacia atrás; solo los estribos le salvaron de una caída total; y trato de luchar, de enderezarse sobre el animal, de sobreponer el músculo al acero que los arrastraba al polvo. Rugiendo de dolor y vergüenza, sus tendones estallaron bajo la presión; pero el balanceo del caballo, el golpeteo rítmico de sus cascos jugaron en su contra. Al tratar de enderezarse de primeras por la vergüenza, no logro sino empeorar su situación, y sus estribos no aguantaron más y todo él se fue al suelo.
-       ¡Tongo!- grito alguien desde la grada.
-       ¡Vergüenza!- grito otro.
-       ¡Amaño! ¡Estafa! –gritaron todos.
-       ¡Snauss hijo de puta, vete a tomar por el culo!
-        ¡Vete con el luego a repartiros el dinero!
-       ¡Bufón!
-       ¡Maricón!
Entre la incredulidad general, Carissa se pavoneaba, lanza en ristres, caracoleando con el caballo frente a la tribuna de los Señores; un segundo después bajaba de un salto y besaba las manos y los anillos del Señor, que no pudo menos que emocionarse ante este sincero homenaje, y entre los abucheos, las risas, las quejas y lamentos (y los insultos) de la gente se le proclamo vencedor. Mientras tanto, Snauss no había hecho ni el amago de levantarse, posiblemente no tanto por el dolor si no para que se olvidasen de él al creerlo inconsciente. Al cabo, entre cuatro pajes se lo llevaron a rastras. Su padre miraba con la cara escondida detrás de un pañuelo; y aprovechando un momento de distracción, farfullo una disculpa y escapó de allí.
Pero nada de ello importó lo más mínimo a Carissa, que tras ser proclamado vencedor se dedico a dar un vuelta triunfal mientras se golpeaba el pecho como si fuera un oso de los montes. Eso no gusto al respetable, que le vomito insultos desde todos los ángulos, pero el Viejo se limito a responder a voz en grito:
-       ¡Joderos, cabrones! ¡Joderos todos! ¡Que os jodan!- y llevándose el dedo índice al cuello hizo el gesto de cortar, desafiante.
Claro esta que esto no hizo mas que enervar los ánimos; e incluso alguno hizo ademan de saltar a la arena; los guardias tuvieron trabajo con las lanzas y los pomos de las espadas. Uno se ofuscó al recibir una puñada en la cara y lanzo un tajo a ciegas que alcanzó a un pobre imbécil en el pecho. Cuando la multitud olió sangre, la cosa se salió de los cauces y mas de una veintena de aquella chusma logro romper el cerco y saltar a la arena, y entre voces y gritos se dirigió ostentando piedras y palos contra él Viejo.
Pero, este, lejos de amilanarse por ello, cargo contra ellos a la carrera mientras gritaba “Guerra” hasta echar espumarajos por la boca. El choque fue terrible, y como un torrente acorazado los barrio y restallo contra el suelo como a un montón de hojas secas. Tres o cuatro probaron lo duro que era el suelo, y otras tantos comprobaron el gusto de los cascos del caballo. La cosa podía haber  pasado a mayores, porque Carissa echo mano de la espada que tenia al cinto, y si no se mete un guardia por el medio, esta escena acaba con una carnicería.