domingo, 25 de diciembre de 2011

Erase una vez en América


Como un recién nacido, estoy empapado, temblando y boqueando todo el aire que mi jodido corazón me deja.
Pero he llegado.
Estoy en un lugar oscuro, que tiene toda la pinta de ser un puto sótano. Nada de destacable en él, solo se ven cajas y mas cajas y montones de humeante basura, que me imagino tiraran trampilla abajo. No quiero saber que clase de cosas tiran esta cuadrilla de hijos de puta, así que en cuando me empiezan a funcionar las piernas y recobro el aliento, me levanto y comienzo a caminar lentamente hacia donde me imagino que estará la salida.
Tras recorrer metros y metros de sótanos asquerosos, por fin veo una escalera, una puerta, y tras ella, blancos, iluminados y inmaculados pasillos. La gente con remordimientos prefiere las cosas blancas e inmaculadas. Los asesinos reconocidos preferimos menos sutilezas y menos engaños..
Los ojos me arden ahora, tras tanta jodida oscuridad. Cuando me recupero comienzo a comprobar la belleza del edificio en si. Bien iluminado, hilo musical, una temperatura optima, buenos muebles de diseño, buenos cuadros y jarrones, esculturas, un agradable olor a menta por doquier, etc…Un buen sitio para vivir, en suma, si a uno le gusta la perfección. Que asco ser tan raro. Que pena me va dar cuando me lo cargue todo.
Empiezo a buscar puntos que me sirvan de referencia y…
Pasos, delante mía.
Mierda.
Abro la primera puerta que me encuentro, esperando que este vacía, y la cierro casi del todo, pero no llego a hacerlo para tener un hilo de visión.
Por fortuna (para ellos, claro) la habitación esta vacía.
Los pasos se acercan y una melodía silbada con ellos.
En mi escondite, tenso los músculos y saco la navaja.
Apenas veo que pasa delante de mí salgo, le engancho por el cuello, tiro de su cabeza hacia atrás y de mi navaja hacia adelante, y presento férreos respetos a su bulbo raquídeo.
Entre la sorpresa, mi arma y que esta gordo como una rata de albañal, tiene pocas oportunidades. Con la nuca y la traquea atravesadas, no tiene ninguna.
Tiro de su cadáver hacia mi escondite, y le registro. Nada útil, excepto el traje que lleva, una especie de mono azul. Me lo pongo como puedo, pues sus grasas y mis músculos no encajan como deberían, pero  me lo pongo.
No puedo dejar su cadáver chorreante aquí, o me descubrirán enseguida. Vaya, vaya una ventana. Parece que alguien va a cenar hoy bien un cerdo salado a la plancha. El que lo haga no corre el riesgo de atragantarse con los huesos. Adiós.
Salgo y sigo caminando. En un plano miro la sección del edificio y la apunto mentalmente. Anota donde están los puntos neurálgicos, etc… Ya voy ideando un plan.
Camino rápidamente, cruzo varios pasillos y por fin llego a un ascensor. Me encuentro con varias personas mas, con el mismo mono azul, y todas ellas parecidas, pequeñas, insignificantes y con buenas barrigas. Se cuidan bien por aquí arriba. Me miran raro, pues no soy precisamente un mierdas como ellos, pero comprenden que es mejor no mirarme a los ojos y me dejan paso sin rechistar. Y sin no me ven, un buen empujón que haga que sus cabezas choquen con alguna esquina de mueble se lo recuerda.
-          Ultima planta, por favor.
-          Esa planta requiera autorización especial. Introduzca el código de seguridad, por favor.
-          Penúltima planta, por favor.
No se oye nada, y con gran rapidez la jaula de metal me vomita en una amplia estancia, con docenas de personas hablando, riendo como gilipollas, y yendo de un lado a otro fingiendo que hacen algo con sus asquerosas vidas. En la habitación debe de estar entrando y saliendo gente de continuo, porque nadie se fija en mí. Así que tranquilamente la cruzo y me dirijo al último piso por la escalera sin que me moleste nadie.
Por fin llego. Solo veo un par de plantas, una mesa y al otro lado de ella una estupenda pelirroja que me imagino hace las veces de secretaria. Y a su izquierda, una gran puerta de madera de primera. Voy cabía ella sin contemplaciones.
-          Perdone, señor… ¿Qué es lo que desea?
Apoyo los codos en la mesa, bajo la cabeza hasta ponerla frente a frente a la de ella, y mientras jugueteo con sus cabellos con mis dedos le digo muy suavemente;
-          ¿De verdad quieres saberlo, preciosa?
Ella me mira con sus grandes ojos azules muy abiertos y contesta.
-          Perdone, señor, pero…
-          Quiero ver al señor Alcalde. Ahora, por favor.
-          No puede ser, señor. Esta reunido.
-          Ya. Pero el me dijo que viniera hoy. Que interrumpiría la reunión por mi.
-          Perdone, señor, pero a mi no me ha dicho nada.
-          Creo que no me entiende… He dicho que tengo que ver al Alcalde. Y lo quiero ver ya.
Ahora entiende porque le acariciaba el pelo. Para que mi mano estuviera cerca de su cuello. Mientras le estrangulo con ella me subo a la mesa de un salto y le reviento contra la pared y le masajeo el pecho con mi navaja, ese pecho que sube y baja al compás de sus pulmones desatados por el pánico.
-          Creo que tengo una cita con el Alcalde. Y ni a el ni a mi nos gusta esperar. ¿Lo vas cogiendo, nena?
Su única respuesta es temblar de los pies a la cabeza. Creo que necesita más persuasión. Agarro la pluma que tiene encima de su mesa.
-          Mira cariño, debes de ser nueva aquí y no me conoces. Abre la puerta y te dejo viva. Niégate y comienzo por cortarte las venas, cable a hum- hago como que aspiro el olor de su pelo. . – a precioso cable.- Le apunto con la pluma a su nariz- O bien… Podría hurgarte con esto… Metértelo por tu cabecita…. Hurgarte las sienes, desparramar tus sesos por la mesa…. Pero es una mesa tan bonita… -Engancho el cable del teléfono y comienzo a asfixiarle con el…- No se, se me ocurren tantas cosas… Ah, tantas almas y tan poco espacio…- le engancho el meñique y apoyo mi navaja contra la última falange. Duele un huevo, aterroriza más y la deja útil. Además, los dedos sangran mucho…
-          Se acabo el juego, ricitos de fuego. Ahora vas a ver porque…
-          Suéltala- me dice una voz de hierro a mis espaldas.
La dejo con delicadeza mientras me giro lentamente.
- ¿Lo ves, cariño? Te dije que querría verme.

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