viernes, 10 de diciembre de 2010

Wait and Bleed

Jon comenzó a pensar con rapidez. No lograba ver cuál iba a ser su siguiente paso. Nada de que le había ocurrido en esta última hora parecía ser real. Pero si tenía alguna duda, solo tenía que pasar la mano por su codo izquierdo para que el dolor de la quemadura le devolviese a la realidad. Estaba metido hasta el cuello en esto. Ahora maldecía su estupidez. ¿Por qué cojones no echó a acorrer cuando pudo? Ahora era hombre muerto. Hiciese lo que hiciese, era hombre muerto. No había salida. Estaba en un callejón sin salida. Bueno en realidad era un estúpido. Siempre podía descolgarse desde la cornisa hasta el jardín como había hecho la primera vez, ¿No? Pues no. O por lo menos no sería tan fácil. La policía estaba fuera. Y había cámaras. Y había oído disparos, eso seguro. Seguramente si intentaba salir las cámaras le verían y le abatirían a tiros desde las ventanas. A no ser que encontrase un punto ciego desde el que partir. Quizá si pensase podría.. .Tenía que desechar la idea. El riesgo era tan grande como salir por la escalera del pasillo. Puede que incluso-pensó con amargura. Le abatiera la policía entre la confusión si salía corriendo sin decir palabra. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared.
Comenzó a llorar.
La pistola en su diestra parecía pesarle. No sabía porque no la arrojaba por la ventana y se rendía de una vez por todas. La impotencia lo carcomía como un cáncer. No podía salir, no podía quedarse quieto. No podía..
Quedarse llorando. No odia quedarse llorando. No ganaba nada llorando, joder. Solo empeoraba las cosas. Le impedía pensar con precisión. Le impedía ver todas las opciones.
Haber, no podía salir solo.
Pero no tenía porque salir solo.
Sus compañeros…Eso era.
Con sus compañeros podría salir. Seguramente estarían muy ocupados para vigilarlos convenientemente. Y era mejor que quedarse aquí llorando en un rincón de los baños. Si poda liberarlos podía luchar junto con ellos codo con codo, desde dentro para romper a estos bandidos y permitir a los policías entrar. No podrían sostener la lucha en dos frentes. Seguramente solo haya puesto un par de centinelas vigilando.. Seguramente.. Uno contra dos era mucho mejor que uno contra doce o los que fueran. Pero.. ¡Donde podrían tenerlos detenidos?
Pensó con rapidez. Lo más lógico era pensar en una sala grande, grande y apartada. Quizá ..Sí, eso debía de ser. En la sala de reuniones principal. Donde se firmaba los grandes contratos, esa sala del siglo XVIII. Allí, en esa enorme habitación de más de veinte por veinte, era el sitio ideal. Solo una entrada: una doble puerta de roble macizo. Claro que con lo que ellos no contaban era con los ventanales. Daban al patio exterior, pero como eran una autentica reliquia de no se siglo, no los habían sustituido por cristales blindados, como el resto del edificio. En las especiaciones técnicas del mismo y en las bases de datos no figuraba así, claro, pero esa era la realidad. Ningún ladrón se hubiera arriesgado en un edificio con más del 90% blindado a esa carta, pero el tenia que aprovechar esa información ahora que podía.
La cuestión era como llegar ahora hasta el ventanal. Su mente comenzó a trabajar con rapidez de nuevo. Ya comenzaba a pensar en un plan. Tenía que moverse con mucho tiento y lo conseguiría en dos minutos…

Rommel le dio una larga y calmada calada a su puro. Anillos de humo gris se perdieron pasillo adelante, hacia la negrura del pasillo.
- Buen trabajo, Occisor.
- Siempre cumplo con mi deber, jefe- chispeó una voz de serpiente.
- Buen trabajo…- la magnitud de su victoria le embargaba. Nunca había tenido un rival tan peligroso, tan astuto, tan letal. Prefiera vérselas con Occisor en medio del desierto más vacio que volver a enfrentarse con semejante sujeto. No lo había visto jamás, y eso que podría recordar fácilmente la cara de más doscientos criminales, mercenarios de empresas rivales, terroristas, gánsteres, ladrones y traficantes profesionales. Juraría que no debía de estar en ningún archivo. ¿De dónde había salido? Pero ahora esa pregunta carecía de importancia. No llevaría ningún documento encima, y aunque lo llevase lo más probable es que fuera falso. Quizá si encontrase a alguno de su banda…
¡Su banda!
Ese pensamiento le salvó la vida.
Elevó el brazo a la altura del hombro.
Mark Twain había perdido un segundo tratando de comprender la escena.
Su jefe estaba muerto.
Su jefe estaba muerto.
Su jefe estaba muerto.
Negra sangre manaba de su cabeza. Su sombrero tenía un impacto descomunal.
Su corazón se lleno de deseos de venganza salvaje, de ardiente ira.
Pero había perdido un segundo.
Su respiración furiosa, tratando de quemar el aire que respiraba, le había delatado.
Levanto su arma y crispo el dedo sobre el gatillo…
Pero Rommel había fumado sosteniendo su arma en la mano derecha.
No se había relajado. Le habían dado un segundo de ventaja. Y no necesitaba más.
Un cartucho de la conocida como “La reina de las Pistolas” le destrozo el hombro izquierdo. El chaleco le salvo los tendones, pero no del impacto, y lo obligo a retroceder hacia atrás trastabillando; pero para desgracia de Mark, era un arma automática, así que los cartuchos cayeron en diluvio, y ahora su chaleco ya no podía parar la brutal presión de los sucesivos impactos: uno le termino de romper el estomago y el siguiente le alcanzó a la altura del pulmón derecho.
Incapaz de sostenerse de pie, Twain cayo de espaldas por las escaleras mientras agonizaba. La sangre flui ahora en cascada, formando lagos que pronto se desbordaban en los sucesivos rellanos.
Su cabeza dejo de rebotar por fin contra las esquinas de los escalones y se desparramo en el suelo plácidamente.
Mark Twain tuvo treinta y cuatro segundos para arrepentirse de la vida que había llevado.
Los desperdició.

Rommel sonrió. Había vuelto a tener suerte, después de todo. No le gustaba nada. Sabía que tras una racha de buena suerte siempre viene una de mala. Pero.. ¿Qué más daba? Este asunto se había acabado ya. El resto de la banda se rendirá en cuanto se enterase. Quizá no, pero tampoco importaba. La policía antes o después- o el ejército- los sacaría a la fuerza antes o después. Sin su maldito jefe el resto no valía ni la mitad. Era él quien lo había diseñado todo, el cerebro y el corazón del asunto.
- Buen tiro.- Le felicitó Occisor.- un buen disparo, no hay duda.
Si, había sido un buen disparo… Bueno, en realidad habían sido tres buenos disparos. Y echo otra calada de humo hacia el infinito- Si, tres buenos disparos- repitió meditabundo.

Petrarca se sonrió. Por fin te tenia, hijo de puta. Había visto el disparo. Por fin había descubierto a su enemigo. Seguro que intentaría cambiar de posición, pero ahora lo tenía centrado. Tenía que estar en uno de esas tres ventanas del angulo extremo izquierdo del edificio que hacia esquina. Una buena posición de flanqueo, pero sin visión directa de la zona. Tenía que haberle ocurrido. Todos los dipraros del tipo habían sido contra un ángulo concreto del banco. Tenía su lógica: mala visibilidad ofensiva, pero era muy complicado de detectar. Lo primero podía compensarlo con su habilidad y la información que le pasaban los de dentro. Pero ahora ya te tenía hijo de puta…
Espero. Ahora ya no tenía prisa.
Christof le hablo por el intercomunicador:
- ¡Petrarca! ¡Petrarca! ¡Petrarca! ¡Escucha, es muy importante! ¡Se donde esta ese hijo de puta! ¡Se ha cargado a…!
El susodicho apago el intercomunicador. Hacerlo así no tendría la mas mínima gracia. No, no. El tenía que ganar a ese tipo de hombre a hombre, cara a cara. No habría ninguna ventaja. Ganaría el mejor, el más rápido, el más letal. Ganaría él. El no era un mercenario. El era un practicante del arte supremo de matar, un samurái moderno, un guerrero total, una máquina despiadada, solo apta para el combate. Nacida, criada y entrenada para matar. No tenia rival, su técnica había sido sublimada hasta el punto de tener el riesgo de romperse. Toda su vida había soñado con este momento: batirse con otro de su misma especie, uno que manejara tan bien el arma como él. Ese placer no le seria negado.
Con la mira de fusil, comenzó a barrer muy lentamente la zona. Le llevaría su tiempo. Pero eso seguro que merecería la pena.

Christof maldijo su suerte. Su puta mala suerte. ¡Mierda! Primero le hackean el ordenador. A él, al hacker. El que había sido elegido personalmente por Karl por ser el mejor en activo. ¡Toda la reputación a la mierda! Y luego al jefe le da por liarse a tiros como un tarado y encima: !Pierde! El tipo que le había sacado de la cárcel con una operación especial. El que le había conseguido la tecnología punta japonesa para trabajar de nuevo. Ciento ochenta mil dólares en gastos para él. Y todo eso se había ido a la mierda en tan solo veinte segundos. ¡Joder! Y encima avisa a ese gilipollas del francotirador, a ese tarado y se pone chulo con eso rollos suyos del honor y no que memeces. Bueno, tendría que moverse, y rápido. No podía quedarse aquí. El golpe se esfumaba. La poli estaba afuera cercando esto, y con el jaleo que habían montado casi fijo que habían avisado al ejército. No tendrían ni veinte minutos para escapar. Pero su jefe tenía siempre un as guardado en la manga, y esta vez no sería una excepción. Sabía que en su maletín ocultaba algo. Algo que serviría como moneda de cambio. Se lo había dicho el mismo: guardaba un comodín capaz de romper la baraja, una baza invencible. Sea como fuese vencería. No se iba a dejar coger. El no iba a volver a esa gélida prisión de Siberia para pudrirse en el mejor de los casos otros trece años. No señor, no ,no.
Recargó el arma. Comprobó que estaba en buen estado. Cerró el portátil y lo metió en su mochila con el resto del equipo. Respiro bien profundo. En tan solo dos minutos debería estar junto con el reto de la banda. Dos minutos.

Antúnez frenó en seco con su coche delante de su viejo portal. El portero del edificio salió con su gorra a medio colocar, disparado mientras balbuceaba preguntas inconexas:
- ¡Pero Antúnez, que pasa! ¡Qué prisa lleva…!
No tenía tiempo para cerrar la puerta de su Lexus la iba a tener para contestar gilipolleces. La puerta del portal restallo con fuerza contra la pared de mármol- o el topo que lo evitaba- Y Antúnez se lanzó escaleras arribas como una exhalación, sin dejar de mirar el reloj, maldecir en voz alta y acelerar mas por este orden. Ahora echaba de menos haber ido más al gimnasio en estos últimos años. No había tiempo para pensar en eso. No había tiempo para pensar en general.
Por fin alcanzó el último escalón. Las llaves vencieron el último obstáculo y se quedaron colgadas de la cerradura. Cruzo el vestíbulo, el salón, la biblioteca y llego a la habitación como un misil. La puerta casi rompe al chocar con fuerza contra la ventana..
Su mujer seguía ahí.
Bueno, quizá no.
No, no estaba. Su imaginación la había costado una mala pasada. No dia.. Habia un bulto bajo las abanas. No la habría... No, no el dijo que la volaría pero…
No, por Dios, no..
No sería capaz…
Pero según levanto las sabanas comenzó a llorar. El era de sobras capaz de eso y mucho más. Dentro de sí, intuía la descarnada verdad. Y pronto..
Su mano derecha barrió las sabanas y entonces su sorpresa no cometió límites. No entendía nada…

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