sábado, 25 de diciembre de 2010

When Johnny Comes Marching Home

Petrarca era un tipo listo. Como su jefe. Petrarca había sido tirador de elite dentro de las filas del famoso grupo terrorista de las Brigadas Rojas italianas; irónicamente había estado a punto de representar a Italia en las Olimpiadas de Moscú 80 como tirador; tan buena era su tapadera. Fue descubierto cuando un puto soplón, un puto lameculos de mierda cuya única función dentro del comando era conseguir piso francos con sus putas buenas maneras y su puta cara bonita, un tipo que en su vida había pegado un tiro a nadie fue trincado y canto como un mierdas para reducir su pena dos años. Menudo mierdas, joder. Lo único que le había pedido el grupo a cambio de una buena pasta era que no hablase si lo pillaban. Ni eso pudo hacer. Pero Petrarca sonreía al pensarlo: la traición la había abierto vías nuevas, vías inesperadas por completo. En su vida dentro del grupo terrorista había habido un tabú: no disparar jamás contra la policía o agentes: bien, el día que lo pillaron ser acabo el tabú para él. Hay una regla no escrita que dice que puedes matar a quien quieras excepto si es policía: si lo haces, te pillaran fijo, antes o después, porque los otros iban a ir a por ti a saco, dejando cualquier otro problema hasta que te pillasen. Bien, el no quería, pero ahora (y sonrió al pensarlo) no dudaría más: entro por la puerta grande. Dos tipos. Dos disparos. Entre ceja y ceja. Tan rápidos que el segundo siguió conduciendo sin darse cuenta. Los habían trincado a todos. No tenía opción. Era eso o veinte años de cárcel. Él lo hizo. No fue a sangre fría. Ahora si podía hacerlo a sangre fría. Pero no era eso lo que pensaba ni lo que hacía sonreír. Hacia veinte minutos que había matado, pero ya le volvían las ganas de sentir el gusto salado de la sangre en sus labios, de respirar el miedo ajeno, de sostener el fusil; de esa sensación de poder embriagadora de poder decidir sobre la vida de otro. Blam, estabas muerto. Blam, te dejaba vivir. La única diferencia era si su dedo apretaba o no el gatillo. El jefe le había salvado, le había devuelto la fe en sus habilidades. El jefe…. Él le había convencido para que dejase de llamarse Dante(es un nombre muy usado en el argot) y empezase a llamarse Petrarca. El quería llamarse como su maestro Caronte. El les envía al infierno al igual que el barquero, pero sería una falta de respeto hacia su persona. Petrarca estaba bien, era sonoro, clásico, italiano. Y ahora tenía el reto de su vida justo enfrente. Mandar al infierno a un tipo como el mismo, a un experto francotirador, a un ángel de la muerte, a la guadaña del exterminio, a otro que pesaba almas en la balanza de la justicia eterna. Sería un duelo de titanes, la cima de su carrera. No podía saber quién era el otro, pero si de verdad era un mercenario tan bueno como el resto de su grupo debía de ser un tirador excepcional, sublime; un tipo curtido en mil batallas. Y ahora sería su hora, la hora de demostrar a si mismo quien era el mejor tirador del mundo. No sería matando a esos blandengues de la policía como lo demostraría, a esos tiradores de salón; ni ganado unas olimpiadas tirando sobre latas vacías: cuando uno apuntaba un arma era para matar. Única y exclusivamente para matar. PARA MATAR. No había otra cuestión, el resto era palabras bonitas y mentiras. Matar era lo que él había aprendido. Matar seria lo que hiciera. Y le gustaba compartir su destino en un duelo con alguien que pensaba lo mismo.
Petrarca ajusto el visor correctamente, respiro bien profundo para evitar tener que hacerlo en unos segundos y descompensar el arma, y rastreó tranquilamente la zona. No había prisa. Muy probablemente su rival estuviera escondido, agazapado de alguna u otra manera, pero eso era indiferente. Era una guerra de nervios por ver quien cometa el primer error y asomaba la cabeza primero, por ver quien disparaba primero. Quien lo hiciera, y si no daba al otro, estaba muerto; mientras recargaba el otro le alcanzaría fijo una vez descubierta su posición. Y si no lo hacía, si el otro ya sabía donde estaba, era solo cuestión de tiempo que asomara la cabeza y se la volasen. O eso o escapar.. si es que podía… y reconocer entonces la derrota frente al otro. Y eso sería tan malo como lo otro. Nunc más volverían a verse para desquitarse y el que huyera debería vivir con la sensación de derrota todo lo que restara de su vida. Ese no iba a ser desde luego, Petrarca. Él prefería morir que tener que vivir con la derrota. El día que no pudiera disparar mas la ultima bala seria para él. No había opción. No quería perder el filo y dormir cubierto por el polvo del olvido en un rincón. Como Aquiles,, batiría a Héctor y moriría joven.
- Del salón en el ángulo oscuro,
De su dueña tal vez olvidada,
Silenciosa y cubierta de polvo,
Veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
Como el pájaro duerme en las ramas,
Esperando la mano de nieve
Que sabe arrancarlas!”
¡Ay! -pensé-, ¡cuántas veces el genio
Así duerme en el fondo del alma,
Y una voz, como Lázaro, espera
Que le diga: “Levántate y anda”!
Petrarca acaricio con sus dedos de violinista el gatillo impaciente. Su destreza iba a hacer música para sus oídos. Y aunque no hiciese falta despertar su arma, si tenía alma de arpista; y era ahora cuando iba a desvelar su arte. Era ahora a o nunca…
Pero no logro ver a su contrincante. Bien, no pasaba nada, era lo esperado. No podía esperar a llegar y reventarlo, no tenía lógica y no sería divertido. Era cuestión de esperar, de nervios, de utilizar la cabeza. Eso era, utilizar la cabeza. La cabeza.
Un globo, dos globos, tres globos…
Algo se había movido.
Y él nunca se equivocaba.
Nunca.
No, amigo, no.
Demasiado fácil.
Con un gesto bien entrenado, se retiro de la cornisa.
Un disparo se estrello a unos tres metros de su posición.
Había sido un disparo a ciegas, de tanteo, para forzar a cometer un error, a que contestase disparando.
Pero no picaría.
Muchos años…
Muchos…
Quizá demasiados…
Quizás…
Quizás…
O quizá no.
Con un gesto rapidísimo, se volvió a poner en posición, y como un relámpago abrió fuego donde suponía que estaba su rival.
Acertó de pleno.
Solo un centímetro salvo a Occisor.
Ni un fallo más, Occisor. Ni uno más. Vieja serpiente. No te lo puedes permitir. No.
Amos sabían dónde estaba el otro. Ambos habían mostrado sus cartas. Y ambos sabían quien había ganado la primera mano.
Solo habría otra mano, y ambos lo sabían.
Petrarca sonrió. Occisor no pudo evitar un escalofrió…
Solo un disparo más. Y Occisor sabía que no podría ganarlo.
Jodia admitirlo, pero el otro era mucho mejor. Que le íbamos a hacer. Demasiados días en el desierto quizá le hubieran afectado la visión. Los primeros y más avanzados oculistas eran árabes. O quizá el otro fuese mejor… Occisor nunca se había planteado esa posibilidad, y ahora el temor se había adueñado de su espíritu. Contra un rival que tuviera las mimas armas y fuera mejor. ¿Qué debería hacer? Hasta el momento se había enfrentado a otros tiradores, pero al final les había vencido gracias a su habilidad e instinto. ¿Y si eso ahora no era suficiente? ¿No había nada mas detrás nada?¿ Moriría sin mas? Después de todo, después de todas las muertes, de todos los combates, de todas las guerras, de los mafiosos, de los terroristas, de los insurgentes, si venia un tipo mejor te mataba sin más y se acaba todo? ¿Así era la vida’? Así era la muerte?
Occisor empuño el arma de nuevo, pero ya no iba a ganar.
El que duda muere.
El que duda muere.
El que duda muere.
El que duda muere.
Mil veces lo había oído, pero nunca lo había pensado seriamente, detrás de su fusil era Dios.
Pues bien, acababa de conocer a un ateo.
El sudor frio se desparramo por su frente.
El que duda muere.
No podía hacerlo…
El que duda muere.
El que duda muere.
Y el Occisor, estaba muerto.
Petrarca sonrió.
El que duda muere.
El sabia que el que duda muere.
Y no dudo.
Blam.
Un solo disparo.
Uno solo.
Y una vida se esfumaba, una familia quedaba rota, un cielo o un infierno.
Y luego silencio.
El que duda muere…
El visor no engañaba a Petrarca.
El fusil de Occisor seguía en su posición, apuntándole, pero sin nadie manejándolo.
La mirilla fija, brillando al sol.
El que duda muere.
Petrarca sonrió.
Petrarca…
Petrarca….

Fue solo un segundo, pero entonces comprendió que nunca se lo hubiera imaginado.
Nunca se había imaginado esa estrategia tan absolutamente suicida.
Occisor no está muerto.
Simplemente había dejado el arma justo antes de recibir el disparo.
El impacto de detrás estaba limpio.
Occisor apareció en su visor, agarrando el arma, apretando (¿Apretando?) el gatillo.
Blam.
¿Blam?
Blam.
Dos balas rasgaron el aire.
Cara a cara, mirilla contra mirilla, Occisor no tenía nada que hacer.
Pero eran ya las siete y media de la tarde.
La siete y treinta y dos minutos para ser exactos.
El sol es escondía en el oeste.
Justo detrás, a la espalda, de Occisor.
“El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.”
Un rayo de luz cubrió con su mato a Occisor.
Un rayo de luz alcanzo en los ojos a Petrarca.
Un rayo de sol decidió el combate.
Un rayo de sol, un insignificante rayo de sol lo había decidido todo.
Petrarca salió disparado por el impacto y se recostó contra la pared.
La vida se le escapaba por las heridas.
Al final, tenía que reconocerlo: su vida había sido un fracaso.
Siempre había creído que el era juez, jurado, testigo y verdugo con los demás.
Pero había descubierto, desgraciadamente al final, que todo eso podía serlo también un mísero rayo de sol, de los que iluminan nuestra vida.
Un efímero rayo de sol.
Una efímera vida.
Y si, su vida había sido un fracaso.
Arriivederci Roma….
Blam.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Piedra Contra Tijera

Jon salto seis escalones de golpe, flexionó las rodillas y rodo con el impacto sobre su hombro. Miro el cartel informativo. Solo tres pisos más. Como un resorte se alzó de un salto y siguió corriendo por el pasillo a todo lo que daba. La velocidad era parte fundamental de su plan. La sorpresa era…
La sorpresa se la llevó él.
Como dos trenes, Jon y Christof chocaron y cayeron hacia atrás.
Los dos no sabían quién era el otro, pero los dos se apuntaron con las pistolas mientras caían.
No hacerlo podría ser cuestión de vida o muerte.
Hacerlo sería cuestión de vida o muerte.
Ahora solo era cuestión de saber quién era más rápido.
Empatados.
Como dos autómatas las pistolas cantaron mientras los dos caen de espaldas.
Pero no ha nacido todavía quien cayendo pueda dar a un rival que también cae a su vez.
Las balas silbaron por encima de ellos, dos por parte de Jon, tres por parte de Christof, pero con idéntico resultado.
Como un animal, salto con sus pies hacia adelante mientras sus pulmones gritaban llenos de furia. Sus botas se reventaron contra la cara de su rival, y su mano derecha intento apuntar hacia la cabeza de su contrario. Pero la zurda de su contrario se reventó contra su cara con una fuerza descomunal, haciendo saltar sangre hacia el suelo. Enroscados en un abrazo mortal, el pie de Jon consiguió machacar con su talón la mano derecha de Christof, cuando alzó su pistola victorioso hacia la frente de si rival, la zuda de este disparo un obús hacia la nariz ya dañada de Jon. Esta vez el golpe fue demoledor, y la nariz se astilló. Un espeso magma comenzó a taponar toda su respiración y lo dejo medio seco por unos instantes. Antes de que pudiera reaccionar, los brazo del otro se aprovecharon de su indefensión y con maestría temdieron un cerrojo alrededor de la muñeca derecha de Jon y reventaron la mano contra la barandilla.El dolor fue enorme, y a pesar de que Jon puso todo su empeño en resistirse, en luchar y no abir la mano, al tercer golpe la pistola se cayó hacia el hueco de la escalera.
Ahora si que estaba jodido.
Jon reventó a su rival en la boca del estomago un golpe cojoundo y este doblado por el golpe agachó la cabeza, lo justo y necesario para que un segundo obus le rentase los dientes.
Christof cayó de espaldas, pero Jon no pudo celebrar la victoria.
Y puede que no lo hiciera nunca, porque había cometido un error fatal.
Christof había caído al lado de la pistola, y con una sonrisa de oreja a oreja rugió triunfante:
- ¡He matado chechenos, he matado kosovares y ahora voy a matar a un vasco! ¡Me encantan las limpiezas étnicas!
Con un gesto de triunfo, apretó el gatillo.
Jon retrocedió, pero se dio cuenta de que perdía pie y cayó a plomo escaleras abajo.
Aquello le salvó la vida, si es que no se desnucaba con el golpe.
Los golpes por fin cesaron, pero le dolía todo y el mundo no paraba de dar vueltas, vueltas y revueltas. Apoyado sobre un codo, intento fijar la vista sobre su contrario y saber donde coño estaba.
Al menos eso no le fue negado.
Estaba en el rellano de un piso. Buen sitio para morir, pensó él.
En lo alto del otro piso, apareció de nuevo Christof con su arma.
Jon lo miro con resignación mientras intentaba rodar, arrastrase o hacer algo para que no le diese.
Christof se sonrió.
Tenía a su rival arrastrándose como una culebra sin cabeza a tres metros por debajo.
Era demasiado fácil.
Demasiado.
Tan fácil era el tiro que se dejo llevar por la sensación de triunfo, de prepotencia, de seguridad.
De arrogancia, que es el peor de los pecados capitales, aquel que los hace querer igualarse a Dios.
El tiro era demasiado fácil.
Demasiado.
Por eso lo falló.
No uno, dos veces.
Las balas reventaron a escasos centímetros de la cabeza de Jon (¿por qué no apuntaste al cuerpo, Christof, que era mucho más fácil?).
Bueno, que coño importaba.
Jon se levantó como un zombi.
Christof le miro a los ojos y grito para sus adentros. “Estas muerto, hijo de la gran puta”
Había fallado dos, pero no fallaría una tercera.
Jon se abalanzo hacia adelante a la desesperada, hacia las piernas de su contrincante.
Pero Christof fue más rápido. Su brazo apuntó y…
Acababa de olvidar algo fundamental.
La Walther PPK solo tenía seis balas.
No.
La pistola restallo vacía. Y un pensamiento cruzo su mete.
Definitivamente, Christof, eres gilipollas.
Un segundo después rodaba escaleras abajo. Su cabeza reboto contra una esquina y cayó como un trapo en el mismo rellano que hace un segundo estaba Jon esperando la muerte. Así era la vida.
Así era la muerte.
Antes de que pudiera recuperarse, Jon le cruzo los morros una vez más. Intento responder a ciegas, porque estaba completamente mareado, pero no le dio, o no le dio suficientemente fuerte, y Jon la volvió a enganchar en un ojo, y esta vez no hubo otra. Perdió pie y cayo de espaladas hacia el otro rellano.
Pero esta vez su trasero reboto en una escalera y pudo rodar sobre su espalda a la desesperada.
Cuando Jon se le vino encima como un jabalí en celo, estaba preparado.
Su bota izquierda le reventó lacara de una hostia, y con un elegante movimiento de tijereta le toco ahora el turno a la derecha, que como si patease un balón de futbol desequilibró a Jon hacia las escaleras. Christof se le echo encima muy rápido y ambos cayeron ahora hacia el tercer rellano.
Jon no pudo contener a su rial en la primera embestida y ahora cayo con su enemigo encima. Una explosión de dolor deshizo su cadera con el golpe, y por un instante no pudo pensar en otra cosa que no fuera dolor, dolor y más me cago la puta.
Con un último esfuerzo, se deshizo de su rival empujando su estomago con los pies y haciendo la catapulta hacia adelante.
Como un boxeador al borde del agotamiento, se irguió desafiante y lanzo otro derechazo. Pero Christof se echo hacia detrás y esquivo el golpe, antes de lanzar de seguido un puntapié a la defensiva hacia el plexo solar de Jon.
Normalmente ese golpe no debería haber hecho caer a Jon.
Pero lo hizo.
Un escalofrió de dolor, de dolor; ¡DE DOLOR! Le sacudió hasta el último centímetro de su cabeza orgullosa. Aquel golpe puede que le hubiese afectado la columna. Y con un quejido deslumbrante se desplomo sobre su espalda mientras aullaba de dolor puro.
Christof no pudo evitar una risita maliciosa. Ahora tenia ventaja, mucha ventaja. Lo sabía, lo olía. Jon estaba muerto. Podía, podía matarlo con las manos desnudas. Y regodeándose en su victoria, no pudo evitar hacer otro chiste racista a los que eran tan aficionado.
- Bueno Jon, bueno… En Bilbao solo hay Yonquis, putas y etarras… Tu tenias una pistola, pero también cara de Yonqui, pero ahora viéndote llorar como una nena no se definirte bien. ¿Quizá las tres cosas a la vez?
- Pues tú para ser hacker mafioso lo tienes todo. Eres friky, eres del este, te crees muy duro, eres gilipollas. No son lágrimas de dolor, no de pena. Son de alegría.
- ¿Qué coño dices...? Estás muerto, gilipollas.
- No. Lo estás tú.
Y entonces comprendió. El letrero de arriba… Esto no era un rellano.
Era el último piso.
No.
No.
¡NO!
Blam.
El suelo se acercaba gran velocidad. Y antes de morir, Christof no pudo evitar pensar que…
Definitivamente, Christof, eres gilipollas.

P.D Proximamente sacará un especial de navidad. !Felices fiestas a todos los que siguen el Blog o se hayan metido por error!

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Death Proof

- ¿Entonces se acabo todo, jefe? ¡Hemos ganado? ¿Ese hijo puta esta muerto?
- Estoy viéndolo su cadáver ahora mismo, Stalin. Se acabo. Pero aun queda su banda…
- ¡Qué coño importa eso! ¡Esos no son mas que una panda de tarados! ¡Hemos ganado!- al otro se podía escuchar el gorgoteo de Stalin bebiendo a morro- “Seguiremos adelante…como junto a ti seguimos… hasta siempre, Comandante!”- otro trago llego desde el otro lado del auricular.- Nos veremos en el infierno de los asesinos, mercenarios y bandidos! ¿Cuántas misiones llevamos ya, jefe! ¿Veintidós? ¿Veintitrés?
- Veinticuatro. La del tirador en Bagdad fue la…- pero no podía pensar. El éxito le embriagaba y nublaba la mente. Era increíble. El subidón de adrenalina iba a conseguir que se le saltase el corazón. Nunca había tenido la muerte tan cerca. Quien diga que la muerte no le asusta miente. Miente como un condenado. Rommel había mirado a la muerte a la cara ya tantas veces que no podía recordarlas, pero no se acostumbraría jamás a verla tan de cerca. Había sido cuestión de una puta decima. Ese tipo era un genio. Era, si, gracias a Dios… si es que creías en el, claro.
Allí en el escenario de la victoria, pistola en mano y sin dejar de vigilar las escaleras de enfrente, comenzó a pasear por el pasillo, distraídamente mientras silbaba. El resplandor del sol se colaba por el ventanal y por un instante ilumino el rostro cerúleo de Karl. Su sombrero reventado yacía en un lateral. Con un gesto mitad de ira mitad de alegría triunfante, le alcanzó una patada mientras… joder, que coño… Que dañó, ostias como duele… Pero de qué coño esta hecho esta puta mierda de…
Y entonces lo vio.
Los despojos del sombrero, iluminados al sol refulgieron con fuerza, hiriéndole los ojos.
Metal.
Metal retorcido.
Toda una estructura de metal configuraba una especia de esqueleto con forma de…
Hipnotizado por el descubrimiento se agachó a examinar el sombrero.
- “Dios le dijo a Noé….”- canturreo alguien a su espalda.
Por un instante no reaccionó. Por un instante perdió la partida. Por un instante se dejo ganar por el abandono, por la sensación de derrota, de desesperanza.
- “Tapate que va a llover…”
La Magnum 500 reventó el aire como un volcán hace pedazos la isla que lo sustenta. Las llamaradas parecían crecer, multiplicarse y enroscarse sobre el mortífero proyectil mientras esta, espoleada por sus circulares delirios hacia pedazos la mano derecha de Rommel. El impacto fue tan demoledor que por poco le arranca el brazo de cuajo hasta el codo. La pistola se le desprendió de la mano y quedo repiqueteando al suelo mientras el eco se perdía por el pasillo hacia adelante, detrás arriba y abajo. Tenía suerte, pensó mientras caía que fuera la versión más reducida-
- “Y como dijo Dios,
no veas la lluvia que cayó”

Karl estaba de pie, erguido sobre su triunfo supremo, esgrimiendo el arma con las dos armas mientras su boca trazaba una retorcida mueca que podría definirse como una sonrisa. La sangra manaba todavía abundante desde su frente hacia adelante en ricos arroyos, mientras su ojo izquierdo está cerrado a la fuerza, con los dos parpados unidos a soplete.
- Ya te lo dije Rommel- o quizá no te lo dije- We are fucking determined. No hay otra. No queda otra.
Rommel, recostado en posición fetal sobre el piso, alzó esperanzado la vista, esperando lo inevitable.
Karl se guardo el arma en su cinto. Rommel hizo cálculos. La pistola estaba a un metro y medio. No podía utilizar la mano derecha. Con la zurda sus posibilidades eran…
Karl interrumpió sus pensamientos cuando abrió su chaqueta con un amplio movimiento de su brazo derecho y del interior extrajo un reloj de cadena, de oro. Con el dedo pulgar, levanto la tapa un tanto, pero no del todo.
- Cuando acabe la música, recoge el revólver y dispara, si puedes. Inténtalo.
El dedo pulgar se estiro por entero y la música comenzó a resonar por la sala. Una música melancólica, como de cajita de música, un sonido que se arrastraba con suavidad y pereza, como la hoja de un árbol sobre las aguas de un riachuelo que corre hacia el desagüe.
Poco a poco, la música se va apagando, se va retorciendo sobre sí misma, va perdiendo fuerza y finalmente va arrastrándose hacía su lento final, poco a poco, sin prisa.
Rommel comprendió enseguida que no iba a tener ninguna posibilidad, pero se ordeno a si mismo a luchar hasta el final. Por un instante se le ocurrió que eso era precisamente lo que quería Karl y se le ocurrió quedarse inerme completamente, y privarlo así de su victoria.
Pero no podía hacer eso porque no iba con su estilo. Su lema siempre había sido antes morir que dejarse matar, y ahora era el momento de demostrarlo. Y además, podía pensar que lo retenía el miedo.
Las últimas notas agonizaban hacia el final del pasillo…
Con un movimiento rápido se tiro sobre el suelo una decima antes que…
Pero ese movimiento ya lo había adivinado Karl.
Una pistola le tocó la sien antes de que pudiera alcanzar el…
Se acabó todo. El Mágnum 500 rozaba con su masivo cañón la sien del contrario.
Una patada le reventó contra la pared. Su nariz quebró bajo la presión, pero no tuvo tiempo de dolerse. Mientras la pistola seguía apuntando, a la sien. El puño de Karl se descargó sobre su nuca una y otra vez, y el brazo tiro fuerte de el hacia arriba, arrastrándolo con su despiadada fuerza. Obligado a ponerse de pie, Karl lo sujetaba con el brazo rodeándole el cuello y el arma en la sien.

Rommel entreabrió su dolorido ojo izquierdo y comprobó con sorpresa porque no lo había matado.
Nobunaga levantaba su arma al otro lado de su pasillo.
El laser de su arma estaba posado en su corazón.
- ¡Mátalo!- le rogó su jefe. - ¡Cargarte a ese hijo puta! ¡Es un puto psicópata!
- Vamos gallito hazlo si tienes cojones- le retó Karl- ¡Deja a tu jefe querido como un puto colador!
- ¡No le hagas caso! ¡Cargarte a este hijo de puta! ¡No volverás a tener otra oportunidad!
- ¡Cállate!- le ordeno Karl tapándole la boca con la mano- Vamos chico, hazlo. Hazlo si te atreves. ¡Solo se vive dos veces, joder! ¡Joder a qué coño esperas! ¡Mátame, gilipollas, vamos, vamos, vamos!
- ¡Hazlo!- le grito a la desesperada Rommel- ¡Hazlo!- pero la mano le volvió a tapar la boca como una bisagra de acero. Rommel mordió la mano mientras trataba de luchar con su brazo izquierdo para desviar la atención de Karl. Quería obligarlo a que desviase el arma o que hiciera fuego. Si lo mataba, Nobunaga dispararía y se habría acabado todo. Era un buen final, después de todo. El daría la vida para que se acabase todo, pero si a él le preguntaban a él, él mundo seria infinitamente mejor sin un loco como Karl. Pero Karl no dejaba de luchar con sus brazo derecho, mientras sus agiles piernas trataba de no verse zancadilleado por su rival, en una especia de cómica danza que tenia tanto de divertido como de macabro.
El sabor salado de la sangre recorrió el paladar nada fino de Rommel. Pero ni por un instante Karl aparto sus ojos del arma de Nobunaga, que titubeando seguía indeciso entre abrir fuego o no.
Y entonces Karl decidió por él.
Fue solo un instante.
Karl desvió su arma de la sien de Rommel y abrió fuego con su misil de mano particular.
Por suerte para él, Nobunaga había decidido antes, y ya no estaba allí.
Como había visto que no podía disparar a través de su jefe, se había escabullido entre las sombras un segundo antes. Por lo menos no moriría él, y podría luchar en otra batalla. Rommel, estaba de acuerdo, después de todo: morir no es agradable.
- Vaya, vaya… Tú y yo vamos a tener nuestra propia charla privada.- y con un gesto arrojo a Rommel escaleras abajo.- Tienes mucho que explicar- le gritó desde arriba.
Este no pudo evitar rodar hasta su final. Pero cuando llego abajo supo que iba a ser un día muy largo todavía. Cinco bandidos le apuntaban a cara de perro con sus armas listas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Wait and Bleed

Jon comenzó a pensar con rapidez. No lograba ver cuál iba a ser su siguiente paso. Nada de que le había ocurrido en esta última hora parecía ser real. Pero si tenía alguna duda, solo tenía que pasar la mano por su codo izquierdo para que el dolor de la quemadura le devolviese a la realidad. Estaba metido hasta el cuello en esto. Ahora maldecía su estupidez. ¿Por qué cojones no echó a acorrer cuando pudo? Ahora era hombre muerto. Hiciese lo que hiciese, era hombre muerto. No había salida. Estaba en un callejón sin salida. Bueno en realidad era un estúpido. Siempre podía descolgarse desde la cornisa hasta el jardín como había hecho la primera vez, ¿No? Pues no. O por lo menos no sería tan fácil. La policía estaba fuera. Y había cámaras. Y había oído disparos, eso seguro. Seguramente si intentaba salir las cámaras le verían y le abatirían a tiros desde las ventanas. A no ser que encontrase un punto ciego desde el que partir. Quizá si pensase podría.. .Tenía que desechar la idea. El riesgo era tan grande como salir por la escalera del pasillo. Puede que incluso-pensó con amargura. Le abatiera la policía entre la confusión si salía corriendo sin decir palabra. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared.
Comenzó a llorar.
La pistola en su diestra parecía pesarle. No sabía porque no la arrojaba por la ventana y se rendía de una vez por todas. La impotencia lo carcomía como un cáncer. No podía salir, no podía quedarse quieto. No podía..
Quedarse llorando. No odia quedarse llorando. No ganaba nada llorando, joder. Solo empeoraba las cosas. Le impedía pensar con precisión. Le impedía ver todas las opciones.
Haber, no podía salir solo.
Pero no tenía porque salir solo.
Sus compañeros…Eso era.
Con sus compañeros podría salir. Seguramente estarían muy ocupados para vigilarlos convenientemente. Y era mejor que quedarse aquí llorando en un rincón de los baños. Si poda liberarlos podía luchar junto con ellos codo con codo, desde dentro para romper a estos bandidos y permitir a los policías entrar. No podrían sostener la lucha en dos frentes. Seguramente solo haya puesto un par de centinelas vigilando.. Seguramente.. Uno contra dos era mucho mejor que uno contra doce o los que fueran. Pero.. ¡Donde podrían tenerlos detenidos?
Pensó con rapidez. Lo más lógico era pensar en una sala grande, grande y apartada. Quizá ..Sí, eso debía de ser. En la sala de reuniones principal. Donde se firmaba los grandes contratos, esa sala del siglo XVIII. Allí, en esa enorme habitación de más de veinte por veinte, era el sitio ideal. Solo una entrada: una doble puerta de roble macizo. Claro que con lo que ellos no contaban era con los ventanales. Daban al patio exterior, pero como eran una autentica reliquia de no se siglo, no los habían sustituido por cristales blindados, como el resto del edificio. En las especiaciones técnicas del mismo y en las bases de datos no figuraba así, claro, pero esa era la realidad. Ningún ladrón se hubiera arriesgado en un edificio con más del 90% blindado a esa carta, pero el tenia que aprovechar esa información ahora que podía.
La cuestión era como llegar ahora hasta el ventanal. Su mente comenzó a trabajar con rapidez de nuevo. Ya comenzaba a pensar en un plan. Tenía que moverse con mucho tiento y lo conseguiría en dos minutos…

Rommel le dio una larga y calmada calada a su puro. Anillos de humo gris se perdieron pasillo adelante, hacia la negrura del pasillo.
- Buen trabajo, Occisor.
- Siempre cumplo con mi deber, jefe- chispeó una voz de serpiente.
- Buen trabajo…- la magnitud de su victoria le embargaba. Nunca había tenido un rival tan peligroso, tan astuto, tan letal. Prefiera vérselas con Occisor en medio del desierto más vacio que volver a enfrentarse con semejante sujeto. No lo había visto jamás, y eso que podría recordar fácilmente la cara de más doscientos criminales, mercenarios de empresas rivales, terroristas, gánsteres, ladrones y traficantes profesionales. Juraría que no debía de estar en ningún archivo. ¿De dónde había salido? Pero ahora esa pregunta carecía de importancia. No llevaría ningún documento encima, y aunque lo llevase lo más probable es que fuera falso. Quizá si encontrase a alguno de su banda…
¡Su banda!
Ese pensamiento le salvó la vida.
Elevó el brazo a la altura del hombro.
Mark Twain había perdido un segundo tratando de comprender la escena.
Su jefe estaba muerto.
Su jefe estaba muerto.
Su jefe estaba muerto.
Negra sangre manaba de su cabeza. Su sombrero tenía un impacto descomunal.
Su corazón se lleno de deseos de venganza salvaje, de ardiente ira.
Pero había perdido un segundo.
Su respiración furiosa, tratando de quemar el aire que respiraba, le había delatado.
Levanto su arma y crispo el dedo sobre el gatillo…
Pero Rommel había fumado sosteniendo su arma en la mano derecha.
No se había relajado. Le habían dado un segundo de ventaja. Y no necesitaba más.
Un cartucho de la conocida como “La reina de las Pistolas” le destrozo el hombro izquierdo. El chaleco le salvo los tendones, pero no del impacto, y lo obligo a retroceder hacia atrás trastabillando; pero para desgracia de Mark, era un arma automática, así que los cartuchos cayeron en diluvio, y ahora su chaleco ya no podía parar la brutal presión de los sucesivos impactos: uno le termino de romper el estomago y el siguiente le alcanzó a la altura del pulmón derecho.
Incapaz de sostenerse de pie, Twain cayo de espaldas por las escaleras mientras agonizaba. La sangre flui ahora en cascada, formando lagos que pronto se desbordaban en los sucesivos rellanos.
Su cabeza dejo de rebotar por fin contra las esquinas de los escalones y se desparramo en el suelo plácidamente.
Mark Twain tuvo treinta y cuatro segundos para arrepentirse de la vida que había llevado.
Los desperdició.

Rommel sonrió. Había vuelto a tener suerte, después de todo. No le gustaba nada. Sabía que tras una racha de buena suerte siempre viene una de mala. Pero.. ¿Qué más daba? Este asunto se había acabado ya. El resto de la banda se rendirá en cuanto se enterase. Quizá no, pero tampoco importaba. La policía antes o después- o el ejército- los sacaría a la fuerza antes o después. Sin su maldito jefe el resto no valía ni la mitad. Era él quien lo había diseñado todo, el cerebro y el corazón del asunto.
- Buen tiro.- Le felicitó Occisor.- un buen disparo, no hay duda.
Si, había sido un buen disparo… Bueno, en realidad habían sido tres buenos disparos. Y echo otra calada de humo hacia el infinito- Si, tres buenos disparos- repitió meditabundo.

Petrarca se sonrió. Por fin te tenia, hijo de puta. Había visto el disparo. Por fin había descubierto a su enemigo. Seguro que intentaría cambiar de posición, pero ahora lo tenía centrado. Tenía que estar en uno de esas tres ventanas del angulo extremo izquierdo del edificio que hacia esquina. Una buena posición de flanqueo, pero sin visión directa de la zona. Tenía que haberle ocurrido. Todos los dipraros del tipo habían sido contra un ángulo concreto del banco. Tenía su lógica: mala visibilidad ofensiva, pero era muy complicado de detectar. Lo primero podía compensarlo con su habilidad y la información que le pasaban los de dentro. Pero ahora ya te tenía hijo de puta…
Espero. Ahora ya no tenía prisa.
Christof le hablo por el intercomunicador:
- ¡Petrarca! ¡Petrarca! ¡Petrarca! ¡Escucha, es muy importante! ¡Se donde esta ese hijo de puta! ¡Se ha cargado a…!
El susodicho apago el intercomunicador. Hacerlo así no tendría la mas mínima gracia. No, no. El tenía que ganar a ese tipo de hombre a hombre, cara a cara. No habría ninguna ventaja. Ganaría el mejor, el más rápido, el más letal. Ganaría él. El no era un mercenario. El era un practicante del arte supremo de matar, un samurái moderno, un guerrero total, una máquina despiadada, solo apta para el combate. Nacida, criada y entrenada para matar. No tenia rival, su técnica había sido sublimada hasta el punto de tener el riesgo de romperse. Toda su vida había soñado con este momento: batirse con otro de su misma especie, uno que manejara tan bien el arma como él. Ese placer no le seria negado.
Con la mira de fusil, comenzó a barrer muy lentamente la zona. Le llevaría su tiempo. Pero eso seguro que merecería la pena.

Christof maldijo su suerte. Su puta mala suerte. ¡Mierda! Primero le hackean el ordenador. A él, al hacker. El que había sido elegido personalmente por Karl por ser el mejor en activo. ¡Toda la reputación a la mierda! Y luego al jefe le da por liarse a tiros como un tarado y encima: !Pierde! El tipo que le había sacado de la cárcel con una operación especial. El que le había conseguido la tecnología punta japonesa para trabajar de nuevo. Ciento ochenta mil dólares en gastos para él. Y todo eso se había ido a la mierda en tan solo veinte segundos. ¡Joder! Y encima avisa a ese gilipollas del francotirador, a ese tarado y se pone chulo con eso rollos suyos del honor y no que memeces. Bueno, tendría que moverse, y rápido. No podía quedarse aquí. El golpe se esfumaba. La poli estaba afuera cercando esto, y con el jaleo que habían montado casi fijo que habían avisado al ejército. No tendrían ni veinte minutos para escapar. Pero su jefe tenía siempre un as guardado en la manga, y esta vez no sería una excepción. Sabía que en su maletín ocultaba algo. Algo que serviría como moneda de cambio. Se lo había dicho el mismo: guardaba un comodín capaz de romper la baraja, una baza invencible. Sea como fuese vencería. No se iba a dejar coger. El no iba a volver a esa gélida prisión de Siberia para pudrirse en el mejor de los casos otros trece años. No señor, no ,no.
Recargó el arma. Comprobó que estaba en buen estado. Cerró el portátil y lo metió en su mochila con el resto del equipo. Respiro bien profundo. En tan solo dos minutos debería estar junto con el reto de la banda. Dos minutos.

Antúnez frenó en seco con su coche delante de su viejo portal. El portero del edificio salió con su gorra a medio colocar, disparado mientras balbuceaba preguntas inconexas:
- ¡Pero Antúnez, que pasa! ¡Qué prisa lleva…!
No tenía tiempo para cerrar la puerta de su Lexus la iba a tener para contestar gilipolleces. La puerta del portal restallo con fuerza contra la pared de mármol- o el topo que lo evitaba- Y Antúnez se lanzó escaleras arribas como una exhalación, sin dejar de mirar el reloj, maldecir en voz alta y acelerar mas por este orden. Ahora echaba de menos haber ido más al gimnasio en estos últimos años. No había tiempo para pensar en eso. No había tiempo para pensar en general.
Por fin alcanzó el último escalón. Las llaves vencieron el último obstáculo y se quedaron colgadas de la cerradura. Cruzo el vestíbulo, el salón, la biblioteca y llego a la habitación como un misil. La puerta casi rompe al chocar con fuerza contra la ventana..
Su mujer seguía ahí.
Bueno, quizá no.
No, no estaba. Su imaginación la había costado una mala pasada. No dia.. Habia un bulto bajo las abanas. No la habría... No, no el dijo que la volaría pero…
No, por Dios, no..
No sería capaz…
Pero según levanto las sabanas comenzó a llorar. El era de sobras capaz de eso y mucho más. Dentro de sí, intuía la descarnada verdad. Y pronto..
Su mano derecha barrió las sabanas y entonces su sorpresa no cometió límites. No entendía nada…

sábado, 4 de diciembre de 2010

Run Man Run

- Vaya, vaya así que Rommel. Con todos mis respetos ¿No debería estar muerto, maldito bastardo?
- Erwin Rommel, su peor pesadilla nació el 15 de Noviembre de 1881 en Heidenheim, Alférez en 1914, siendo ascendido a teniente en 1915, ascendido a capitán en 1917 y distinguido con la condecoración pour la merite en 1917, en el 33 a Mayor, en el 35 a Teniente Coronel, en el 39 a General, en 1942 a Mariscal de Campo…
- …Muerto el 14 de Octubre de 1944. Muy bien: ¿me va a cobrar la clase de historia o no?
- No, amigo, no. Lo que voy a hacer es volarle por los aires. A usted y a toda esa gente de mierda que llama “banda”.
- ¿Ah, sí, personajillo? Y como pretende hacer semejante cosa ¿Va a venir hasta aquí con el fusil en la mano y a dispararme a bocajarro? Esa es la manera más rápida de matarme, ¿Porque no lo intenta?
- La distancia entre las cimas es la más corta para pasar de una montaña a otra, pero para ello son necesarios largas piernas, que diría Nietzsche. Yo prefiero un camino más indirecto, más sutil.
- Ya. Pues siento jugar asi de sucio pero le voy a decir una cosa: o se rinde o empezare a cargarme rehenes. Tiene siete segundos para responder. Uno, dos, tres…
- Hágalo.
- Cuatro, cinco, seis.
- Hágalo- No se escucho nada más.
- No me tome en broma, gilipollas- bramó lleno de furia desde el otro lado. Sonaron varios disparos.- Ya esta, ha caído el primero. ¿Quiere tener más muertes sobre su conciencia?
- ¿Mas?- desde el otro lado llego una carcajada monumental. -¿Más?
- Le he dicho que no bromee- contesto el otro muy seco. Dos tiros- Ha caído otro.
- ¿Una preciosa mujer de cabellos rubios? Desnude el cadáver y madame la foto por el bluetooth del móvil.
- Se equivoca usted al no tomar en serio a Karl May.
- Oh, por favor trátame de “tu”. Por cierto, lo de Karl May es un nombre molón, no cabe duda, pero yo le voy a llamar Timmy. ¿Ok? Por cierto, ¿quien se cree que es para hablar en tercera persona ¿ ¿Julio Cesar? Escúcheme Timmy. Esta conversación es muy interesante, pero creo que es hora de acabar con esta farsa. Guarde algo de su ingenio para cuando me reúna con usted en el infierno, no quiero aburrirme allí abajo. Esta usted más muerto que vivo, le informo. En apenas diez segundos lo volare por los aires. En PE-DA-CI-TOS. ¿Me oye, Timmy? O se le acabo el ..
- Vaya, vaya… Es usted más inteligente de lo que me imagine en un principio. Ha sido realmente ingenioso, pero lo voy a contestar una cosa. No sé lo que pretende, pero en este momento, mientras le distraía hablando de tonterías, mi hacker ha estado triangulando su señal. Debe de estará punto de acabar ahora. Cuando me diga su posición exacta tardare tan solo un segundo en…
- Su hacker no va a encontrar una mierda, gilipollas. Su hacker ha caído. Su ordenador es ahora nuestro. Esa era lo que pretendía decirle, gilipollas.
- Si quiere decirme que lo han matado podrían es que son imbéciles. Acabo de hablar con el por una line codificada que tenemos el y yo nada más. Y…
- No lo hemos matado. Hemos crackeado su ordenador. Gracias a el tenemos los códigos de los explosivos. En cualquier momento activamos los explosivos que ha colocado por todo el edificio y lo volamos en pedazos. Podemos explotarlos por separado, así que cuando sepa su posición exacta lo mando al otro barrio. A usted y a los de su banda. Y a los rehenes por gilipollas y ricos cabrones. Se acabo la partida, lunático. Ya se lo dije.
- …- se oyó una tensa respiración al otro lado de la línea- ¿Eso es todo? Rommel Rommel, cuando me dijo que iba a matarme… por un segundo lo tome en serio ¿Sabe? No es nada especial, no le temo a la muerte. La he visto ya demasiado. Pero me joderia fastidiar mi obra maestra ahora que estoy tan cerca del final. Más que nada por las molestias de prepararlo todo, ¿Sabe? Pero si ese es su plan, puedo dormir tranquilo. Yo tengo una señal entre los explosivos y mi ordenador exclusivo. Desde aquí puedo ordenar su explosión, también. Eso quiere decir que puedo volarlo en pedazos ahora mismo, si quisiera, o empezar a volar zonas al azar, hasta encontrarlo, si me obliga a hacerlo por las bravas.
- Imbécil… No tenía que haberme dicho eso… Ahora solo me queda el triste destino de volarnos a os dos dándole al botón yo primero. Es una pena, pero no me deja opción. Si voy a ir al infierno, espero que me acompañe. Ha sido usted mi diversión más especial. Y como …
- ¿Pero qué dice?
- Si le doy al botón no puede cancelar la orden porque explotaría inmediatamente. Como no sé exactamente donde esta no puedo apretar un botón al azar y esperar si es el sector bueno o no. Solo me deja la opción de volar varios a la vez. Pero si usted se ve entre la espalda y la pared, puede hacer lo mismo que yo, claro. Y decidir qué ya que va morir, volar todos de un tirón. ¿Verdad?
- Un buen plan, pero tiene un problema. Si usted quisiera suicidarse y matarme ya lo hubiera hecho sin decirme nada. Por ello doy por sentado que no lo hará. Demasiado calor en Irak para perderlo ahora todo ¿Eh?.
- A no ser que me meta entre en la espada y la pared. Por cierto, usted ha predicho mi jugada, pero tampoco lo ha hecho. Tiene el mismo apego a la vida que yo, ¿Verdad, Timmy?
- Cierto. Pero tengo una idea. Resolvamos esto como personas civilizadas. Seamos serios, no quiero echar a perder mi obra maestra, ni decir que todo acabo con el nerviosismo de quien apretó el botón el primero. Eso vale para rusos y americanos en los años 50, pero no para mí. No quiero terminar de una forma tan poco… romántica. Termines esto al viejo modo.
- ¿Y qué me propone?
- Un duelo a pistola. Su Desert Ealgle 50 contra mi Magnum 500.
- ¿Cuándo sería ese duelo?
- Ahora mismo. Mire. El reloj de la fachada tiene más de ciento cincuenta años. No se ha tocado desde hace casi veinte y atrasa mucho. Dentro de diez minutos exactos dará las doce del mediodía. Nos veremos en el pasillo que lleva la sala de juntas B, pero por la parte de atrás, el pasillo que utilizan las limpiadoras y que comunica las tres salas de juntas. Un pasillo largo, sin nada de un punto a otro: nada donde esconderse, ni escapar. Quince metros de largo, no cabe mas que una persona de ancho. No puede haber ni trampa ni cartón. Cuando suenen la última campanada, abrimos fuego. ¿Qué dice?
- Como podría yo declinar tan maravillosa oferta. Es una idea tan buena como cualquier otra para matarlo.
- ¿Matar a un caballero de Texas en un duelo a pistola? ¿Debería haber visto más películas, antes de meterse donde no sabe Rommel. He matado ya a veinte tres tipos en duelos al viejo estilo americano.
- Si quiere asustarme así tendrá que mejorar mucho Timmy.
- Bueno, le dejo, creo que es hora que haga testamento. Me vera durante doce segundos y medio allí arriba, Rommel.
- Ok, jefe. Nos vemos.- La comunicación ceso de pronto.
Karl desenfundo su enorme revolver y se sentó en una silla próxima. Miro el reloj, que estaba lógicamente sincronizado con el del edificio. Quedaban ahora nueve minutos exactos. Extrajo los enormes cartuchos uno a uno y los puso encima de un taburete formando un circulo. Con gran parsimonia cogió uno, lo sospeso un momento, lo olio y la paso le lengua por la punta, como si estuviera probándolo; como si fuera un catador ante un buen vino. Paladeo un tiempo el sabor en su boca. Luego introdujo la bala en el tambor y lo hizo girar. Comenzó a repetir la operación con cada bala mientras pasaban pesadamente los segundos. Ninguno de los bandidos, aunque no sabían lo que estaban pasando, osaban hacer ninguna pregunta. El tiempo corría cuando con su intercomunicador comenzó a hablar de nuevo:
- Rommel se que está ahí. Seguro que cogió el intercomunicador a uno de los que mato ¿Eh? Bueno dígame una cosa:
- …- al otro lado no se oyó ninguna palabra, pero se notaba la respiración de alguien.
- Dígame… ¿Qué James Bond prefiere, Roger Moore o Pierce Brosman? Sean Connery es intocable, por supuesto. Es para pasar el rato hasta que lo mate.
- Yo siempre fui más de películas del Oeste, que le vamos a hacer. Ya que estamos, a ver si adivina este acertijo:
“El que lo hace, no lo quiere,
El que lo compra no lo usa,
El que lo usa no lo ve”
- Vale, prometo pensarlo. Me quedan cuatro minutos todavía.- apagó el intercomunicador.
- ¿Qué coño seria?- se recostó en su silla y se calo hasta la nariz el sombrero. Tenia que pensar, no podía – de ninguna manera asistir al duelo sin la respuesta. Seria como perder otro duelo particular, otra batalla, esta mental. Pero no se le ocurria nada. Estaba demasiado cerca del problema, y a la vez, demasiado lejos. Su mente nadaba en círculos.
Tres minutos.
El tiempo apremiaba.
Dos minutos.
No lo sabía.
Un minuto.
Tenía que comenzar a moverse. Se levanto tranquilamente de la silla, sin prisa. Se despidió de sus hombres.
- Volveré en un minuto veinte segundos, chicos. Potaos bien. Que me acompañe un solo hombre. ¡Tu! Mark Twain. Ven
No hizo preguntas. Nadie sabía porque, pero no parecían necesarias. Con una gran clama, ambos se encaminaron hacia las escaleras. El tiempo corría inexorablemente. Quedaba menos de cuarenta segundos. Recorrió con prisa los pasillos.. Treinta segundos… ¡Ya lo sabía! Era un ataúd, la respuesta. Se le acaba de ocurrir. Ya podía presentarse tranquilo al duelo. Si no lo hubiera sabido hubiera perdido seguro. Era cuestión de orgullo. El otro lo sabía. Él lo sabía.
Veinte segundos. Comenzó a subir las escaleras acompañado. Caundo llego al ultimo escalón, le hizo una señal al otro para que se quedase allí. Con su mano izquierda encendio el móvil y puso la banda sonora del “La Muerte tiene un precio”. Subio el ultimo escalón.
Diez segundos.
Al otro lado no había nadie.
¿Se había rajado? Imposible.. no podía ser…
Del otro lado llegaron pasos.
Cinco segundos.
Apareció la punta de su cabeza.
Cuatro.
El busto.
Tres.
Medio cuerpo.
Dos.
Ya estaba en posición.
Uno.
Nadie se movió.
Cero…
Ambos respiraron.
Los relojes de los dos sonaron simultáneamente.
Cero.
Cero.
La primera campanada hizo retumbar la pared.
Karl hizo amago de llevarse la mano al cinto.
Dos campanadas.
Tres campanadas.
Ojo contra ojo, pupila contra pupila.
Cinco campanadas.
Karl pestañeo.
Seis campanadas.
Rommel pestañeo.
Siete campanadas.
Las manos se crisparon sobre las culatas.
Nueve.
Karl respiro profundamente.
Once.
Nadie se movió un centímetro. Todos estáticos.
Doce.
Todo lo que vino después fue cuestión de una decima de segundo.
Rommel pensaba y no sin razón, que el enorme pistolón de Karl tardaría mucho mas en salir y ser apuntado que su arma.
Se equivoco.
Cuando todavía su arma chocaba en la punta con la funda, levanto un instante la mirada.
Karl ya lo estaba encañonando. Pero aquella arma no era el…
Entonces lo comprendió todo.
Karl había ganado. Lo sabía. Lo sabía él.
En su mano no llevaba el enorme revolver. Sino una versión de bolsillo del mismo, un arma más ligera y pequeña. Pero el mismo modelo.
Pero a esa distancia, igual de mortífera.
Rommel estaba muerto.
Se la había jugado, eso estaba claro.
Y ahora había perdido la partida.
Era su fin.
Karl sonrió con unos dientes impolutos. Su sombrero se balanceó hacia adelante.
El arma ya estaba en posición.
Rommel inspiro profundamente, preparándose para lo inevitable.
- Sayonara, baby.
Y entonces comprendió que había cometido un erro. Una larga experiencia en la vida le hizo saber que algo iba mal. Algo…
Una laser le deslumbro en un ojo.
No podía ser… El cristal blindado. No, no. De ninguna manera.
Casi pudo ver la bala cuando llego hacia la ventana,
No rompió ningún cristal.
Pero que…
El sombrero reventó y salió volando. Rodo aparatosamente por el suelo.
La sangre mancho el suelo.
Rommel respiro tranquilo.
Saco un habano.
- Cuando se dispara, no se habla.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

No hay Bestia tan Feroz

- ¡Que traigan océanos de vino! ¡Que traigan en bandejas de plata perfumadas viandas dignas del paladar más exquisito! ¡Que traigan para nuestro deleite las más exóticas bailarinas del oriente, envueltas en los siete velos del placer mas descarnad! ¡Címbalos, tambores, trompetas celestiales y trombones del demonio! ¡Qué tiemblen los cielos, porque hoy, yo, Karl May he obtenido mi victoria! ¡La más sublime, la más esplendorosa! – se tomo un respiro- He ganado. HE-ga-na-do.
Con una maravillosa agilidad, se colocan a horcajadas sobre el pasamanos y se deslizo de espaldas sobre él hasta salir despedido, chocar con estrepito por el suelo y rodar entre salvajes carcajadas de triunfo; por fin ceso de rodar y quedo tendido en el suelo on los brazos forman do una cruz. Riéndose hasta agotar la risa en sus pulmones, quedo allí tendido en silencio por unos instantes. De pronto y de previo aviso se levanto de un salto y victorioso encaro a su presa más joven, bella y rubia que tenía a su alcance, y con su brazo de acero la atrajo hacia sí.
- Me apetece celebrarlo a mi grande, muñeca. Conozco un cuarto de las escobas aquí al lado con mucho encanto. O prefieres montártelo encima de una mesa del siglo XVII, ahí en la sala de juntas C, con un cuadro del Grito mirándonos? ¡Puro roble macizo con granito especial, que no se calienta! ¡Tu delicado trasero puede quedar fresco mientras…
- ¡Jefe!- le gritaron al auricular.
- ¡Christof! ¿Qué pasa? ¿No ves que estoy en plena celebración de…?
- Nunca lo interrumpiría en este instante, pero…
- No me lo digas- dijo apartando a la mujer del- ¿ La policía, verdad?
- ¿Cómo lo sabe?
- No queda nadie más para tocarme los cojones en este momento. Parece ser que esos hijos de puta no han tenido bastante. ¡Bien, verán que yo no bromeo! ¡Ya me lo dijo el niño Jesús, Platón lo mismo y Kant les dio la razón! Pero… ¿Qué le vamos a hacer…? Esos patanes son fruto de manipulación cognoscitiva producto de la publicidad supra liminal de un sistema homogéneo que produce individuos molde adaptado a los designios de sus nuevos amos plutócratas! Hace cuarenta años que Skinner lo descubrió lo fácil de sugestionar que somos en realidad. Pero ¿Qué le vamos a hacer? Estamos predestinados a chocar, yo la bola y ellos los bolos, en esta pista que es el luchador mismo que se mira con ojos innumerables a si mismo… We are fucking determined, que dicen en mi pueblo. ¡Petrarca!
- ¿Sí?
- ¿Acabaste ya con ese cabrón?
- No, jefe. El tipo está escondido ahora. Quizá haya huido con la muerte de su banda.
- Quizá. Oye mira, tenemos problemas con la pasma que se acerca. Deja el rifle de dar ánimos, ¿vale? Saca el rifle de la crueldad.
- Tus deseos son ordenes, jefe.
- ¡Atención la parroquia! Es el momento en que debo decirles esas palabras que siempre recordaran.- Con una buena patada, la mesa se tumbo, colocó una silla encima y como un equilibrista comenzó a hablar con su móvil multifunción en modo micrófono- Dentro de unos segundos vamos a desatar junto a nuestros camaradas para lanzar el mayor atraco de la historia. La historia… Esa palabra cobra hoy un nuevo significado. Debemos dejar de lado nuestras insignificantes diferencias. Estaremos unidos por un interés común. Tal vez, el azar ha querido que nosotros seamos los elegidos. No vamos a luchar para evitar tiranía, opresión o persecución sino la aniquilación. Luchamos por nuestro derecho a vivir, a existir. Y si vencemos hoy, esta fecha será recordada como nuestra mayor victoria contra un sistema injusto. Sera el día en que el mundo declaro no desaparecemos en silencio, en la oscuridad. No nos desvaneceremos sin luchar. ¡Vamos a vivir! ¡Vamos a vencer! ¡HOY CELBRAREMOS NUESTRO DIA DE LA LIBERTAD
Los bandidos enfervorecidos empezaron a gritar vivas, a entonar juramentos de fidelidad, de sangre y victorias; y en medio del jolgorio general, Karl continuó:
- Cada uno a su puesto. Yo os he podido dar armas, pero no he podido haceros valientes. Os he podido entrenar pero no he podido hacernos audaces. Pues no hay poder que no esa poder interior, no hay fuerza que no sea fuerza interior. Os lo he dado todo ¡Traerme la victoria!
- ¡Sí!- bramaron al unisonó como una tormenta.
Con una enorme precisión todos ocuparon sus puestos. Karl hizo hizo un repaso rápido por radio y se dirigió a Petrarca.
- ¿Listo?
- Siempre.
- ¡Chicos, listos!
- ¡Hasta el infierno contigo!
- Entonces, abrir fuego a mi orden.
La policía avanzaba con mucha precaución paso a paso, de cobertura en cobertura: un metro tras otro. Así no habían recorrido ni la mitad del perímetro, eso explicaba la poca prisa de Karl, que ya contaba con ello, o no hubiera dado su memorable discurso. Una tanqueta blindada echo abajo la puerta en este momento y cruzó con velocidad por el camino asfaltado rodando velozmente.
- ¿Y las ametralladoras?- pregunto alguien.
- Era cuestión de tiempo que encontraran la forma de inutilizarlas. Ya contaba con ello, no pasa nada. Quizá les arrojaron un cable elctrificada que les fundió los circuitos o…
- ¿Hacemos fuego? ¡Los tengo a tiro ya!- rugio otro excitado.
- No, todavía no… ¡Christof! ¡Pon la pista nueve a todo volumen por losd altavoces exteriores!
- Ok
Los agentes del orden avanzaba parapetándose tras la tanqueta en fila de a dos, mientras otros se abrían los flancos en una muy bien ensayada maniobra. Entonces el estupor se apodero de ellos cuando los altavoces crepitaron, y con un inconfundible repitar de los guerreros acordes, les dio la bienvenida al infierno la obra maestra del genial compositor alemán Wagner. Las Valkirias.
- ¡Petrarca! ¡Quita de en medio a ese trozo de chatarra para que podamos freír a esos hijos de putas
- Ok.
Petrarca calculo la distancia, y enfoco el arma con tranquilidad. No era ninguna proeza acertar a un tanque a menos de cincuenta metros. Podía oler el miedo de los cabrones que veía detrás, intentando que la cercanía del acero les devolviera el valor. Petrarca sintió el enorme placer que provocaba portar sobre su hombro derecho- pues era tal su celestial poder que había que dejar sitio a una salida de escape de gases, como en los viejos bazoocas- el Fusil antimaterial RT-20; una autentica joya que había tenido que salir de contrabando a un precio exorbitante aunque visto lo visto, más que justo.
Petrarca se lamio el labio inferior… Se mordió el labio con impaciencia mal contendía.. Ese es tu peor defecto, recuerda que le dijo su maestro.. Un buen tirador tiene que tener paciencia.. No, respondió el, eso es lo que me hace grande: mis anias por disparar, por juzgar el destino de mis semejantes… Ese poder era una droga… Y ahora podía oler el miedo de sus rivales, el aroma que exudaba la justicia. Apretó el gatillo.
El relámpago golpeo primero. El trueno golpeó después. El blindaje se rompió como papel cuche… Un segundo después, dieciséis segundos después para ser exactos, todos los ocupantes estarían muertos, pensó con deleite Petrarca. El material de la bal era mas que duro para romper el exterior, pero luego no lo era para salir y la bla quedaba mortíferamente rebotando en el interior hasta freír a sus ocupantes por completo.
Nadie comprendió lo que pasaba cuando los de dentro del blindado no contestaban. Los agentes comenzaron a ponerse nervioso pero de dentro no se percibía ningún sonido. Y entonces comprendieron cuando observaron por error el enorme boquete abierto. Y perdieron la compostura, sellaron su destino. Porque en realidad, no había peligro que aquello se utilizase contra ellos, blancos demasiados pequeños y frágiles, y no por gusto de Petrarca, sino porque había recibido órdenes estrictas de ahorrar munición. Y si uno de estos proyectiles alcanzaba a uno de estos, lo mandaba al otro lado de la calle.
Y apenas salieron de su cobertura aullando de miedo, Karl dio la orden, y lo que vino después, cuando más de doscientas balas se abatieron sobre ellos desde todos los ángulos sobre sus cuerpos, no merece ser narrado. Los cadáveres se amontonaron en horribles pirámides sobre el asfalto calentado por la sangre; y las pocas blas que contestaron se estrellaron inultamente contra los cristales blindados o los muros de hormigón que protegían a los bandidos. Fue el ultimo chispazo inútil que alimento aquella pira de los disparates que alimentaba un pandemonio que se cobraba su tributo en sangre.
Y los pocos que huyeron pudieron ver con creciente espanto como lo único que quedaba ante el terrible e inexorable poder metálico esgrimido por Karl eran cadáveres silenciosos, pasto ahora de voraces moscas. Nada entre él y la victoria parecía ya que quedaba en pie, nada que pudiera evitar su triunfo, un triunfo conseguido con pasmosa velocidad, casi con indiferencia, nada quedaba ya.
Podía haberlos dejado escapar. No ganaba nada con la muerte de estos. Solo perdería munición y serian sin duda sustituidos por otros. Llamaría mas la atención, vendría más gente.
Pero una cosa quedaría clara.
El no bromeaba.
Jamás.
Y entrecruzo los dedos por detrás del a nuca en un gesto de superioridad manifiesta. Una sonrisa afloró en sus labios.
Pero de pronto se sobresaltó.
Su móvil sonó.
No…
- Hola, soy Rommel. He ganado la partida. El juego se acabo para ti, lunático. He ganado. C est fini. Jaque mate.