miércoles, 10 de noviembre de 2010

Robocop

Jon siempre fue un tipo listo. Un tipo muy listo. Por eso sabia como aprovechar el tiempo. Por eso no lo había desaprovechado en estos años a cargo de la seguridad del banco. Por ello ahora sabia donde estaban ubicadas todas las cámaras. Porque esto era un golpe muy bien organizado, pensó Jon . Y si alguien atacaba este banco, lo primero que debía hacer era tomar el control de las cámaras, que cubrían todo los ángulos posibles. Ellas eran la información, y la información era poder. En este caso sería lo que decidirá el éxito y el fracaso. Y para estos tipos el fracaso era la muerte. Pues bien, ahora debía de luchar contra ellas. Y ahora debía pensar, idear un plan. Y enseguida se le ocurrió uno. Divide y vencerás, decían los romanos. Ellos eran muchos. El uno solo. Pero podría utilizar la cabeza para equilibrar la balanza. Sabía que en el baño de señoras no había obviamente cámaras, pero a la vuelta de la siguiente esquina, si. Pero sabía que a ese pasillo podría llegarse desde dos sitios, pero desde abajo solo desde uno: una escalera que describía un ángulo. El sitio perfecto: lo que tenía que hacer era simple. Como un simio se descolgó otra vez por la cornisa, y volvió al baño de caballeros. Cruzó el pasillo como una exhalación pistola en ristre: apenas vio la cámara lá destrozo de un tiro. Eso los alertaría fijo. Vale ahora en esta zona estaba ciegos: la otra cámara estaba en el ángulo de las escaleras que ascendían hacia la sala de los empleados. Miró el reloj. Era gente entrenada, dos minutos, bueno, mejor pensar en que tardarían uno o menos. Quizá menos. Tenía que aprovechar el tiempo. Carpe Diem, aprovecha el día, que decían los romanos. Como una exhalación volvió a correr hacia la escalera, Vio la cámara, calculo el ángulo, se situó en un buen sitio, afuera del alcance del visor; pero a la vez con un buen ángulo de tiro. Se acomodo, apoyo el codo en la rodilla y centro la mira. Hizo coincidir su respiración con un movimiento compensatorio del brazo.
La Beretta también respiraba, y el aire que resoplaba por su cañón parecía clamar su sed de venganza con su metálica y chirriante voz. Podía imaginarse al tipo vigilando por las cámaras por si escapaba escaleras abajo, deseoso de poder ver algo, de sacar las cámaras de sus goznes y empujarla por el pasillo, ardiendo en el infierno de la duda. Contó los escalones. Diez desde su punto de vista. La otra escalera era simétrica. Si era, simétrica, lo acababa de recordar. Diez escalones también. El primero que iba a morir tardaría veinte escalones. Veinte segundos para el infierno lo separaba de su primera víctima. Sus deseos de venganza se agolpaban en la boca, lo hacían respirar nervioso, como si le faltara el aire, su corazón se convirtió en loco tambor. Era la hora de la muerte. Hijo de puta. Y entonces escuchó los pasos. Uno dos tres pasos. Silenciosos, cadenciosos, disimulados, pero inconfundibles. Y oyó a sus enemigos. Así a ojo, parecían ser cuatro. Cuatro candidatos a la justicia implacable del plomo.
El hombre que iba a morir subió las escaleras con cuidados. Una, dos, tres escaleras. Jon no podía verlo todavía, pero podía sentir sus pasos, sus respiraciones y contaba mentalmente.
Cinco, seis, siete, ocho.
El hombre que iba a morir se tomo un respiro. Miró por encima del arma con desconfianza. Pero no vio nada. Jon tampoco podía verlo todavía.
Nueve. Diez… si, diez pasos. El hombre que iba a morir corrió a la esquina del rellano y apunto con su arma en el ángulo contrario. Mientras sus compañeros esperaban más atrás. Pero el hombre que iba a morir no vio nada. No vio nada, porque dese ese ángulo, justo debajo de la cámara era imposible discernir a su objetivo. Apuntó en abanico dos veces, una a cada lado, de forma muy lenta; pero no vio nada. Hizo un gesto con la mano izquierda a los otros; y comenzó a subir las escaleras.
Once.
Doce.
Trece.
Blam. El segundo de la fila se sobresalto al escuchar un ruido, pero si pudo hacerlo fue porque el primero de la fila había muerto. El hombre que iba a morir murió. Un tiro limpio, entre ceja y ceja. La bala ensangrentada estallo en la pared. El rimero se derrumbó escaleras abajo, en una postura imposible, todo retórica sobre sí mismo, hasta llegar al rellano y caer en postura fetal.
Al principio no sintió nada cuando apretó el gatillo, nada en absoluto. Pero el sabor de la victoria empezó a engalanarle la boca. Jon se sonrió. Que te jodan, hijo de puta. La sensación de triunfo le embargo por un instante.
Pero en ese momento comprendió que había cometido un error fatal. Había perdido un segundo. El otro no necesitaba más que eso para matarlo. Con un grito de furia- o quizá de miedo- su arma cantó en su dirección; Jon dejo de sonreír al instante al comprender que estaba muerto… Cerró los ojos… Espero…y si no hubiera sido por su mala posición, Jon hubiera muerto. Dos balas simultáneas se estrellaron a tres centímetros escasos de su frente, al derecha. Como un león salto hacia el suelo en plancha. Una decima después una ráfaga destrozaba la pared en horizontal. Se frenó y sonrió con su ventaja de nuevo: si querían subir por esa escalera podía atarlos de uno en uno según asomaran la cabeza. Con su Beretta aulló de triunfo mientras su diestra empuñaba su culata con verdadero placer. Pero al igual que antes, le sonrisa le duro un instante. Comprendió que el rival puede ser igual de listo quer uno mismo. Que podía morir si se pasaba de listo. Y que ya había cometido un error antes. Y lo había vuelto a cometer. Y recordó una frase del instructor: la vida no da segundas oportunidades. Y pensó que estaba muerto. Y todo ello lo pensó cuando escucho un sonido delator, y vio una granada explosiva rebotando en el techo y descendiendo en ángulo agudo sobre su cabeza. Fue cuestión de una decima, pero se levanto como un rayo y salto todo lo rápido que pudo… pero sus pies no tocaron suelo. Una gigantesca sensación de vértigo bloqueó su mente y le privo de sus sentidos, y debería haberle agradecido ese favor a su cerebro, porque inmediatamente fue sostenido en el aire y arrojado como una títere al que le hubieran cortado las cuerdas por todo el pasillo, rebotando con su cráneo contra una pared y otra y finalmente salió despedido hacia la habitación de personal. El no oía nada ni veía nada, pero recupero como pudo la compostura, y no sabía si era su propia locura o no, pero juraría que había ¡oído una explosión cercana y lejana al vez, porque tenía los odios embotados; pero parcia venir del propio suelo. Con la pistola tan fuertemente empuñada que parecía que iba sangrar y como un borracho; comenzó a cojear entre las mesas y las sillas, pero le costaba demasiado andar y cayó pesadamente al suelo tirando todo el contenido de un escritorio von gran estrepito. Apoyó todo su cuerpo en la mesa, y con un buen movimiento saltó hacia el otro lado de ella y se quedo tirando, mirando por debajo de su faldón delantero pistola en ristre. Aunque no podía de momento, ni soñar con disparar en su estado. El arma subía bajaba como si tuviera vida propia y Jon no podía domarla. Tomo aire. Esperó. No tenía salida y lo sabía.
Escucho o masa bien sintió por las vibraciones del suelo que ya llegaban el resto de esos cabrones. Estaba acabado, Había sido un gilipollas al final de todo. Que les follen a todos. Si estaba acabado iba a llevarse al otro barrio a unos cuántos de ellos consigo.
Ellos dudaron, porque de primeras no vieron a nadie. Se abrieron en abanico y gritaron en perfecto español:
- Entrégate Jon y te perdonamos la vida. Pero si tenemos que cogerte, te juro que te reventamos los sesos hasta que podamos beberlos en zumo. ¡Entrégate!
Jon sabía que no debía hacerles caso, Eran palabras llenas de odio. Odio por haberle matado a su compañero. Odio porque podría matarlo a él. Odio porque no debería haber pasado esto, porque ellos lo tenían todos preparado, porque ellos se creían invencibles. Pero odio porque no sabían dónde estaban, también. Odio porque sabían de sobra que no iba hacerles caso. Odio por miedo, miedo a que todo los planes se fueran a la mierda al primer disparo.
Si hubiera querido rendirse debía de haberlo hecho de primeras, cuando no corría ningún riego, no ahora que se había cargado a uno de ellos. En cuanto se rindiera lo matarían a balazos allí mismo. Ahora tenía que llegar hasta el final, quisiera o no.
Eran tres. Seis pares de botas. Uno de frente dos a los lados. De mesa en mesa, de cobertura en cobertura, andando de cuclillas con sus armas en ristre. En combate cerrado hubiera sido más útil un subfusil, pensó Jon. Pero ellos no habían tenido en cuenta la posibilidad de luchar por el interior. Y el arma, con respecto a los del interior era más para acojonar que un verdadero instrumento de combate.
Ahora que ya podía pensar mejor, saco el cañón de su arma por debajo de la mesa. Unos pies se le acercaban mucho… A esta distancia no podía fallar. Su vida… BLAM, BLAM, BLAM.
Con un grito de dolor, el bandido se derrumbo como un saco de patatas retorcido de dolor:
- ¡Hijo de puta!- aulló mientras disparaba en lateral su fusil.
Las balas reventaron el escritorio por todas partes, y saltaron astillas y trozos de ordenador por todas partes, pero al disparar sin apuntar aun a esta distancia, no alcanzó a Jon de milagro. Jon se fue el suelo, y de lateral como el otro hizo fuego.
BLAM.
No hizo falta más que una. El disparo le reventó los dientes, le secciono la lengua, le reventó la nuca. Con los ojos en blanco, el arma se soltó de su mano y cayó al suelo.
Jon debía ser rápido y disparo al aire dos veces. Eso asustaría a los otros, harían que no se acercasen. En efecto los otros, que se habían acercado con las armas listas, se tirano detrás de una mesa. Ahora era dos para uno, pero uno so de ellos tenia demasiada ventaja con su fusil. Intento alargar el brazo para coger el del que había caído… Pero una ráfaga encima del cadáver- que le empaño los ojos en sangre- lo evito. No eran tontos, los otros sabían que no podían dejarles coger el arma. Mierda, mierda.
Balas barrieron la mesa por encima y le arrojaron papeles, bolígrafos y carpetas encimas, con los restos de un ordenador. Estaba atrapado y él lo sabía.
Jo saco la pistola por un lateral e hizo fuego tres veces. Los disparos cesaron, pero comenzaron desde el otro ángulo. Se acabo. Agarró la silla que estaba en el suelo y la arrojo con fuerza por encima de su cabeza. No haría nada, pero al menos los distraería un segundo. Salió por un lateral rodando y se parapetó detrás de otra mesa. Sin pensar en el milagro que estaba pasando, saco la pistola por un lateral y abrió fuego de nuevo, dos veces más.
Pero nadie respondió, No paso nada. No había nadie en la sala, con él.
¿Qué coño…?

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