sábado, 18 de septiembre de 2010

Tocata y fuga en re menor

Reviento la puerta que da a la sala de juegos de una patada y entro con la navaja en una mano y la pistola en otra. Los tipos se me quedan mirando como esperando una señal. ¿Dónde esta el gordo? No lo veo. Da igual.
-¡Contra la pared hijos de puta!!Contra la pared o me cargo a este hijo de la gran puta!!Soltad las armas!
El viejo no dice nada, pero esta cagado. Los macarras retroceden gruñendo y a regañadientes contra la barra que está detrás de ellos. Se quedan allí mirándome fijamente. No tiran las armas. No son tontos. Saben que si las tiran, me los cargo a todos a balazos. A esta distancia no sería difícil. Me coloco de espaldas a la pared contraria y poco voy avanzando hacia la puerta. Poco a poco me voy pegando a ella para llegar a la puerta. Ellos no dejan de mirar con odio, esperando el momento oportuno para caer encima mía. Se creer muy duros porque son cinco contra uno y no tengo ninguna oportunidad en un combate cerrado. Ninguna, si peleara a su manera. Abro la puerta con la mano izquierda, la de la navaja; y con el tacón la abro completamente:
-Diversión, es diversión, pero no puedes pasarte la noche bailando.
Es posible que alguien me espera fuera por la espalada, y este tipo ya es un estorbo. Con un tajo rápido, antes de salir, le rebano el pescuezo. Con una patada lo reviendo hacia adelante, para que cubra mi huida. Los tipos tropiezan con él y se forma una montonera, pero se recuperan y salen corriendo detrás de mí.
No hay nada más cobarde que una multitud. Para complacerlos, hago como que corro, los que los hace muy valientes. A nadie se les ocurre cerrar la puerta. Corren pero obviamente unos más que otros, por lo que se van distanciando, y a fila de a uno. Cuando llego a un paso de peatones freno en seco. El más rápido no le da tiempo a frenar, y le reviento la mandíbula, y lo dejo seco en el suelo. El segundo intenta frenar pero es tarde: le alcanzo en el hígado y queda desecho de dolor en el suelo. Ahora que las cosas están más igualadas, me encaro con el resto. Se paran todos, mucho más clamados. Avanzo seguro y confiados contra ellos. Ellos retroceden un paso hacia tras y se lo piensas mejor. No pueden disparar en medio de la calle. Sin armas y cara a cara no son tan gallos. Demasiado tiempo acojonando la gente sólo con mirarles mal; si algo pasaba sacaban la cacharra y acojonaban con ella. Seguro que alguno de estos no sabe ni disparar. Doy otro paso. Otro más. Otro. Despacio, no se vean muy jodidos y saquen fuerzas de la desesperación. Pare eso elegí un cruce de carreta, para que pudieran escapar hacia un lateral. Una alimaña acorralada es peligrosa. Hacia el lateral, cada uno por su lado. Vencí esta batalla. Pero aun me queda una guerra por ganar.
Me dirijo de nuevo al salón de juego, a buen paso, tranquilo y confiado. Antes de entrar oigo pasos viniendo y miro: el macarra de siempre, que no ha tenido bastante todavía. Me mira desafiante, pero yo no tengo tiempo para jugar y hago como que retrocedo acojonado (por casualidad, claro hasta un cubo de basura cercano); agarro una botella del bidón del vidrio sin que me vea mientras se me tira encima y se la reviento en la cabeza.
- Hail to the King, baby.

Cuando entro no veo nadie cerca. El cadáver del tipo sigue ahí, retorciéndose de agonía mientras intenta sin conseguirlo cerrar la hemorragia. Paso pisándolo a posta y reviso la sala de juegos para saber si hay algo interesante. Hay alguien en la sal. Alguien jugando al billar. Me acerco. Está jugando muy tranquilo, y me da la espalda. Voy hacia el muy tranquilo, sin dejar de vigilar el taco; de pronto, como si supiera en que estoy pensando deja el taco apoyando contra la mesa y se vuelve. Que susto me acaba de dar. El muy friki lleva una máscara de calavera atada con una cinta que le llega a media espalda.
Pero cuando comprendo quien es, me acojona más que con la máscara. Su nombre es Lobo. Un hijo puta de los de antes, de los que ya no quedan. Se supone que es el tipo que mas hostias reparte de todo Oviedo. Fue boxeador de pesos pesados, campeón de Asturias, y subcampeón de España. Pero perdió porque el combate estaba amañado. Se encontró con un bar con el campeón (el Espartano lo llamaban)y el otro con la bebida se descojono de el delante de su novia. El Espartano no era ningún mierdas, precisamente, se metió en el boxeo cuando un ojeador le vio meter a ocho tipos a la vez en una discusión de tráfico. Pues bien, le rompió cinco dientes, le desencajo la mandíbula; y le reventó el bazo. Lo mando a la UVI. Y tuvo que pagarle 24.000 euros en concepto de gastos de cirugía plástica para que le reconstruyeran la cara. Le había arrancado la nariz de un mordisco.
Esta amenazado de muerte por la mafia colombiana, porque una vez estaba de guardia en un garito d primera en Marbella y quiso entrar un tipejo con un sobrero de ala ancha.
- Usted no sabe quién soy yo, ¿Verdad?
- Tu sí que no sabes quien soy yo, enano.
Como se pudo pesado, le metió un buen par de hostias y le tiro al cubo de la basura. Se levanto, saco un machete de treinta centímetros y fue a por él. Otro buen par de hostias y de cabeza al cubo. Volvió es misma noche con otros tres. Les metió a todos. Le quemaron el coche a los dos días, pero cuando se entero de quien fue el saco un ojo con un trozo de la luna que había guardado para la ocasión. Medalla de bronce en lucha grecorromana. Expulsado por romperle un brazo al profesor en una discusión. Casi nada.

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